domingo, 23 de agosto de 2009

REFERENCIA: proposición del 9 de octubre de 1967

1967-10-09 Segunda versión de la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela.
Jaques Lacan

Segunda versión de la proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela, según Scilicet n° 1, 1er trimestre 1968, Campo Freudiano, Seuil, Paris, pp. 14-30.

(14)Antes de leerla, subrayo que hay que entenderla sobre el fondo de la lectura, a hacer o a rehacer, de mi artículo: « Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956». (Paginas 419-486 de mis Écrits). [[1]nt1]

Va a tratarse de estructuras aseguradas en el psicoanálisis y de garantizar su efectuación en el psicoanalista.

Esto se le ofrece a nuestra Escuela, después de una duración suficiente de órganos esbozados sobre principios limitativos. No instituimos lo nuevo sino en el funcionamiento. Es verdad que a partir de ahí aparece la solución del problema de la Sociedad psicoanalítica.

La cual se encuentra en la distinción entre la jerarquía y el gradus. [[2]nt2]

Voy a producir al principio de este año, este paso constructivo:

1) Producirlo – mostrarlo;

2) Ponerse en efecto a producir el aparato, el cual debe reproducir este paso, en estos dos sentidos.

Recordemos entre nosotros lo existente.

Primero un principio: el psicoanalista no se autoriza sino de él mismo, este principio está inscrito en los textos originales de la Escuela y decide su posición.

Esto no excluye que la Escuela garantice que un analista depende de su formación.

Ella lo puede por su propia cuenta.

Y el analista puede querer ser esa garantía, lo que desde entonces no puede sino ir más allá: devenir responsable del progreso de la Escuela, devenir psicoanalista de su misma experiencia.

(15)Mirado desde esta perspectiva, reconocemos que desde ahora, es a estas dos formas a lo que responden:

I. el A.M.E., o analista miembro de la Escuela, constituido simplemente por el hecho que la Escuela lo reconoce como psicoanalista que ha dado prueba de ser tal.

Esto es lo que constituye la garantía, distinguida primero como proveniente de la Escuela. La iniciativa vuelve de allí a la Escuela, en la que es admitido con base en un proyecto de trabajo y sin consideración de procedencia ni calificaciones. Un analista practicante no es registrado en ella al comienzo, sino al mismo título en que se le inscribe allí, médico, etnólogo, y tutti quanti.[[3]nt3]

II. el A.E, o analista de la Escuela, al cual se le imputa ser de aquellos que pueden testimoniar por el análisis, de los problemas cruciales en los puntos candentes en que éstos se hallan, especialmente en la medida en que ellos mismos están puestos a la tarea, o al menos sobre la brecha de resolverlos.

Este lugar implica que se quiera ocuparlo: no se puede estar ahí sino habiéndolo demandado de hecho, si no de forma.

Que la Escuela pueda garantizar la relación del analista con la formación que ella dispensa, queda entonces, establecido.

Ella lo puede, y lo debe desde entonces.

Es aquí donde aparece el defecto, la falta de invención, para cumplir un oficio (a saber aquel del que se jactan las sociedades existentes) encontrando allí vías diferentes, que eviten los inconvenientes (y las malas acciones) del régimen de estas sociedades.

La idea que la conservación de un régimen semejante es necesario para reglar el gradus, debe ser considerada en sus efectos de malestar. Ese malestar no basta para justificar la conservación de la idea. Menos aún su retorno práctico.

Que haya una regla del gradus está implicado en una Escuela, ciertamente aún más que en una sociedad. Porque, después de todo, en una sociedad, no hay necesidad de esto, cuando una sociedad no tiene intereses sino científicos.

Pero hay un real en juego en la formación misma del psicoanalista. Sostenemos que las sociedades existentes se fundan en este real.

Partimos también del hecho, que parece perfectamente plausible, de que Freud las quiso tal cual son.

No es menos patente– y para nosotros concebible – (16) el hecho que este real provoca su propio desconocimiento, incluso produzca su negación sistemática.

Está claro entonces que Freud tomó el riesgo de cierta detención. Quizá más: que vio en ellas el único refugio posible para evitar la extinción de la experiencia.

Que nos enfrentemos a la cuestión así formulada, no es mi privilegio. Es la consecuencia misma, digámoslo al menos para los analistas de la Escuela, de la elección que hicieron de la Escuela.

Se encuentran allí agrupados por no haber querido aceptar, mediante un voto, lo que acarreaba: la pura y simple supervivencia de una enseñanza, la de Lacan.

Quienquiera que en otra parte diga que se trataba de la formación de los analistas, mintió al respecto. Porque bastó con votar en el sentido deseado por la I.P.A., para obtener a toda vela su entrada en ella, gracias a la ablución producida en breve tiempo de un siglo made in English (no se olvidará el french group). Mis analizantes, como se dicen, fueron incluso allí particularmente bien venidos, y lo serían aún si el resultado pudiese ser hacerme callar.

Se lo recuerda todos los días a quien quiere entenderlo. Es entonces para otro grupo para el cual mi enseñanza era muy preciosa, incluso muy esencial, como para que cada uno al deliberar, haya indicado que prefería su mantenimiento a la ventaja ofrecida, – esto sin ver más lejos, igualmente que sin ver más lejos, interrumpí yo, mi seminario a consecuencia del citado voto –, es a ese grupo deseoso de una salida (en mal d’issue) que ofrecí la fundación de la Escuela.

En esta elección decisiva para quienes están aquí, se revela el valor de la apuesta (l’enjeu) Puede haber en ella una apuesta, que, para algunos, valga hasta el punto de serles esencial, y ella es mi enseñanza.

Si la susodicha enseñanza no tiene rival para ellos, tampoco lo tiene para todos los demás, como lo prueban quienes se presentan ante ella sin haber pagado el precio, quedando suspendido en su caso la cuestión del provecho que aún les está permitido.

Sin rival aquí, no quiere decir una estimación, sino un hecho: ninguna enseñanza habla de lo que es el psicoanálisis. En otra parte, y de manera confesa, no se preocupan sino de que éste sea conforme.

Hay solidaridad entre el atascamiento, hasta en las desviaciones que muestra el psicoanalista y la jerarquía que allí reina, - y que designamos, (17) benévolamente nos lo concederán, como la de una cooptación[4] de sabios.

Esto se debe a que esta cooptación promueve un retorno a un estatuto de prestancia, que conjuga la pregnancia narcisista con la astucia competitiva. Retorno que restaura el refuerzo de las recaídas que el psicoanálisis didáctico tiene como finalidad liquidar.

Este es el efecto que ensombrece la práctica del psicoanálisis, – cuya terminación, objeto y finalidad misma, se muestran inarticulables luego de por lo menos medio siglo de experiencia consecutiva.

Llegar a remediarlo entre nosotros debe hacerse a partir de la constatación del defecto que he mencionado, lejos de penar en ocultarlo.

Pero hay que captar en ese defecto, la articulación que falta.

Ella no logra sino recortar lo que se encontrará por doquier, y que se supo desde siempre, que no basta la evidencia de un deber para cumplirlo. Es por el sesgo de su hiancia, que puede ser puesto en acción, y esto ocurre cada vez que se encuentra el modo de usarlo.

Para introducirse allí, me apoyaré en los dos momentos de empalme de lo que llamaré respectivamente en esta deducción[5] el psicoanálisis en extensión, o sea todo lo que resume la función de nuestra Escuela en la medida en que ella presentifica el psicoanálisis en el mundo, y el psicoanálisis en intensión, es decir el didáctico, en la media que éste no hace sino preparar sus operadores.

Se olvida en efecto su razón de pregnancia, que es la de constituir al psicoanálisis como experiencia original, llevarlo hasta el punto en que figura la finitud para permitir el après-coup, efecto de tiempo, se lo sabe, que le es radical.

Esta experiencia es esencial para aislarla de la terapéutica la que, al relajar su rigor no solamente distorsiona al psicoanálisis.

Señalaré en efecto que no hay definición alguna posible de la terapéutica si no es la restitución a un estado primero. Definición justamente imposible de plantear en psicoanálisis.

En cuanto al primum non nocere[6], mejor ni hablar, porque es movedizo por no poder ser determinado primum al principio: ¡par qué elegir no ser perjudicial! Intenten. Es demasiado fácil en esta condición colocar en el activo de una cura cualquiera el hecho de no haber dañado en algo. Este rasgo forzado sólo interesa sin duda, para sostenerse en un indecidible lógico.

Podemos encontrar perimida la época en la que de lo que se trataba era de no (18) perjudicar, a la entidad mórbida. Pero el tiempo del médico está más implicado de lo que se cree en esta revolución, – en todo caso se ha vuelto más precaria la exigencia de qué convierte en médica o no, una enseñanza. Digresión.

Nuestros puntos de empalme, donde deben funcionar nuestros órganos de garantía, son conocidos: es el comienzo y el final del psicoanálisis, como en los jaques. Por suerte, estos son los más ejemplares por su estructura. Esta suerte debe sostenerse de lo que llamamos el encuentro.

Al comienzo del psicoanálisis está la transferencia. Lo está por la gracia de lo que llamaremos al límite de esta propuesta: el psicoanalizante[7]. No tenemos que dar cuenta de lo que lo condiciona. Al menos aquí. Está en el inicio, sino de ¿qué es eso?

Me asombra que nunca nadie hubiera pensado en oponérseme, dados ciertos términos de mi doctrina, que la transferencia es por sí sola una objeción a la intersubjetividad. Incluso lo lamento, ya que nada es más cierto: la refuta, es su escollo. También esto es para establecer el fondo en que se pueda percibir el contraste, que promoví primero: que la intersubjetividad implica el uso de la palabra. Este término fue entonces una manera, manera como cualquiera otra,

diría, si no se me hubiera impuesto, circunscribir el alcance de la transferencia.

Al respecto, allí donde es necesario justificar su propio terreno universitario, nos apoderamos del susodicho término, supuesto, sin duda porque hice uso de él, ser levitatorio. Pero quien me lee, puede observar el « en reserva » con la que hago jugar esta referencia para la concepción del psicoanálisis. Esta forma parte de concesiones educativas a las que debí entregarme por el contexto de ignorantismo fabuloso en el que tuve que proferir mis primeros seminarios.

Puede acaso dudarse ahora que al remitir al sujeto del cogito lo que el inconsciente nos descubre, que al haber definido la distinción entre el otro imaginario, llamado familiarmente, pequeño otro, del lugar de operación del lenguaje, planteado como siendo el gran Otro, indico suficientemente, que ningún sujeto puede ser supuesto por otro sujeto, – si es que este término debe ser tomado en el sentido de Descartes. Que Dios le sea necesario (19)o más bien la verdad con que lo acredita, para que el sujeto llegue a alojarse bajo esta misma capa que viste de engañosas sombras humanas, – que Hegel al retomar lo plantee la imposibilidad de la coexistencia de las conciencias, en tanto que se trata del sujeto prometido al saber, – no es suficiente para indicar la dificultad, que es precisamente nuestro impasse, el del sujeto de lo inconsciente, ofrece la solución –, a quien sabe formarlo.

Es cierto que aquí Jean-Paul Sartre, muy capaz de percatarse que la lucha a muerte no es esa solución, pues no podría destruirse a un sujeto, y que también está en Hegel de su nacimiento encargado, pronuncia a puertas cerradas la sentencia fenomenológica: es el infierno. Pero como esto es falso, y de una manera a juzgar desde la estructura, el fenómeno muestra claramente que el cobarde, si no es un loco, puede muy bien arreglárselas con la mirada que lo fija, esta sentencia prueba claramente que el obscurantismo no sólo tiene su puesto en los ágapes de la derecha.

El sujeto supuesto saber es para nosotros el pivote desde donde se articula todo lo tocante a la transferencia. Cuyos efectos escapan, al utilizar como pinza para asirlos el pun bastante torpe, por establecerse entre la necesidad de repetición y la repetición de la necesidad.

Aquí, el levitante de la intersubjetividad mostrará su finura en el interrogar: ¿sujeto supuesto por quién? Si no por otro sujeto.

Un recuerdo de Aristóteles, un poquito de categorías, rogamos, para pulir este sujeto del subjetivo. Un sujeto no supone nada, es supuesto.

Supuesto, enseñamos nosotros, por el significante que lo representa para otro significante.

Escribamos como conviene el supuesto de este sujeto cololando el saber en su lugar como dependiente de la suposición:

Se reconoce en la primera línea el significante S de la transferencia, es decir de un sujeto, con su implicación de un significante que llamaremos cualquiera, es decir que no supone sino la particularidad en el sentido de Aristóteles (siempre bienvenido), que por este hecho supone aún otras cosas. Si es nombrable con un nombre propio, (20)no es que se distinga por el saber, como vamos a verlo.

Bajo la barra, pero reducida al patrón de suposición del primer significante: el s representa al sujeto que de él resulta implicando en el paréntesis el saber, supuesto presente, los significantes en el inconsciente, significación que ocupa el lugar del referente aún latente en esa relación tercera que lo adjunta a la pareja significante-significado.

Vemos que si el psicoanálisis consiste en el mantenimiento de una situación convenida entre dos partenaires, que se asumen en ella como el psicoanalizante y el psicoanalista, no podría desarrollarse sino a costa del constituyente ternario que es el significante introducido en el discurso que se instaura, el cual tiene nombre: el sujeto supuesto saber, formación, no de artificio sino de vena, como desprendida del psicoanalizante.

Tenemos que ver lo que cualifica al psicoanalista para responder a esta situación en la que, como se ve, no engloba su persona. No solamente el sujeto supuesto saber, en efecto, no es real, sino que no es en modo alguno necesario que el sujeto en actividad en la coyuntura, el psicoanalizante (único que habla primero), se lo imponga.

Es incluso tan poco necesario que de ordinario no es verdad: lo que demuestra en los primeros tiempos del discurso, una forma de asegurar que el traje no le va al psicoanalista, – seguro contra el temor de que éste no se meta, si puedo decir, demasiado rápido en sus hábitos.

Quien aquí nos importa es el psicoanalista, en su relación con el saber del sujeto supuesto, relación no segunda sino directa.

Es claro que del saber supuesto, nada sabe. El Sq de la primera línea nada tiene que ve r con los S en cadena de la segunda y no puede hallarse allí más que por encuentro. Señalemos este hecho para reducir allí, lo extraño de la insistencia que pone Freud en recomendarnos abordar cada caso nuevo como si no hubiéramos adquirido nada en sus primeros desciframientos.

Esto no autoriza de ningún modo al psicoanalista a contentarse con saber que nada sabe, porque de lo que se trata, es de lo que tiene para saber.

Lo que tiene para saber, puede trazarse en la misma relación del « en reserva » según la cual opera toda lógia digna de ese nombre. Eso no quiere decir nada en « particular », pero eso se articula en cadena de letras tan (21) rigurosas que a condición de no fallar ninguna, lo no sabido se ordena como el marco del saber.

Lo sorprendente es que con eso se encuentra algo, los números transfinitos, por ejemplo. ¿Qué ocurría con ellos, antes? Indico aquí su relación con el deseo que les dio consistencia. Es útil pensar en la aventura de un Cantor, aventura que no fue precisamente gratuita, para sugerir el orden, aunque no fuese en este trasnsfinito, donde el deseo del psicoanalista se sitúa.

Esta situación da cuenta a la inversa, de la facilidad aparente con la que se instalan en posiciones de dirección en las sociedades existentes lo que es necesario llamar nadas (néants). Entiéndanme: lo importante no es la forma en que estas nadas (néants) se amueblan (¿discurso sobre la bondad?) para el exterior, ni la disciplina que supone el vacío sostenido en el interior (no se trata de tontería), sino de esa nada (néant) (del saber) es reconocida por todos, objeto usual si puede decirse, para los subordinados, y moneda corriente de su apreciación de los Superiores.

La razón se encuentra allí, en la confusión sobre el cero, cuando permanecemos en un campo donde no es aceptada. Nadie que se preocupe en el gradus de enseñar lo que distingue el vacío del nada (rien), lo que no obstante no es igual, – ni el rango delimitado por la medida, del elemento neutro implicado en el grupo lógico, ni tampoco que la nulidad de la incompetencia, de lo no marcado de la ingenuidad, a partir de lo cual tantas cosas tomarías su lugar.

Es para precaverse de ese defecto, que produje el ocho interior y en general la topología de la que el sujeto se sostiene.

Lo que debe disponer a un miembro de la Escuela a estudios semejantes es la prevalencia que pueden captar en el algoritmo producido más arriba, que no por ignorarlo deja de estar ahí, la prevalencia manifiesta donde sea: en el psicoanálisis en extensión tanto como en intensión, de lo que llamaré saber textual para oponerlo a la noción referencial que lo enmascara.

No se puede decir que el psicoanalista sea experto en todos los objetos que el lenguaje propone no solamente al saber, sino que primero dio a luz al mundo de la realidad, de la realidad de la explotación inter-humana. Sería preferible que así fuese, pero de hecho se queda corto.

El saber textual no era parásito por haber animado una lógica en la que la nuestra encuentra con sorpresa su lección (hablo de aquella de la Edad (22) Media), y no es a sus expensas que pudo enfrentar la relación del sujeto con la Revelación.

No porque su valor religioso se haya tornado para nosotros, indiferente, su efecto en la estructura debe descuidarse. El psicoanálisis tiene consistencia por los textos de Freud, es éste un hecho irrefutable. Se sabe lo que, de Shakespeare a Lewis Carroll, los textos aportan a su genio y a sus practicantes.

Este es el campo donde se discierne a quién admitir para su estudio. Es aquel donde el sofista y el talmudista, el propalador de cuentos y el aedo[8], cobraron impulso, el que en cada momento recuperamos más o menos torpemente, para nuestro uso.

Que un Lévi-Strauss en sus mitológicas, le dé su estatuto científico, nos facilita hacer de él, el umbral de nuestra selección.

Recordemos la guía que da mi grafo para el análisis y la articulación que en él se aislam del deseo en las instancias del sujeto.

Esto para notar la identidad del algoritmo aquí precisado, con lo que es connotado en el Banquet como galma[9].

¿Dónde está mejor dicho que como lo hace allí Alcibíades, que las emboscadas del amor de transferencia no tienen como fin único sino obtener eso que él piensa que Sócrates es el continente ingrato?

Pero, quién sabe mejor que Sócrates que él no detenta más que la significación que él engentra al retener esa nada (rien), lo que le permite remitir a Alcibíades al destinatario presente en su discurso, Agatón (como por casualidad): esto para enseñarles que al obsesionarse con lo que en el discurso del psicoanalizante los concierne, no han llegado ustedes a ese punto aún.

Pero ¿esto es todo? cuando aquí el psicoanalizante es idéntico al galma a la maravilla que nos deslumbra, a nosotros terceros, en Alcibíades.

¿No es acaso para nosotros la ocasión de ver allí aislarse el puro sesgo del sujeto como relación libre con el significante, ése donde se asila el deseo del saber en tanto deseo del Otro?

Como todos esos casos particulares que hacen el milagro griego, éste no nos presenta sino cerrada la caja de Pandora[10].

Abierto, es el psicoanálisis, del que Alcibíades no tenía necesidad.

Con lo que llamé el final de la partida, estamos – por fin– (23)en el uso de nuestro discurso de esta noche. La terminación del psicoanálisis llamado superfluamente didáctico, es el paso, en efecto, del psicoanalizante al psicoanalista.

Nuestro propósito es plantear una ecuación cuya constante es el galma.

El deseo del psicoanalista, es su enunciación, la cual no sabría operarse sino al venir él allí, en posición de la x:

de esta x misma, cuya solución entrega al psicoanalizante su ser y cuyo valor se anota (– f), la hiancia que se designa como la función del falo al aislarlo en el complejo de castración, o (a) por lo que obtura del objeto que se reconoce bajo la función aproximativa de la relación pre genital. (Es la que el caso Alcibíades resulta anular: lo que connota la mutilación de las Hermas[11].)

La estructura así abreviada les permite hacerse una idea de lo que ocurre al termino de la relación de transferencia, sea: cuando habiéndose resuelto el deseo que sostuvo en su operación el psicoanalizante, no tiene ganas de aceptar su opción, es decir el resto que como determinante de su división, lo hace caer de su fantasma y lo destituye como sujeto.

¿No es este el gran motus que debemos conservar entre nosotros, que tomamos, psicoanalista, nuestra suficiencia, mientras que la beatitud se ofrece más allá de olvidarlo nosotros mismos?

¿No iremos al anunciarlo, a desalentar a los aficionados? La destitución subjetiva inscrita en el boleto de entrada…, no provoca acaso el horror, la indignación, el pánico, incluso el atentado, en todo caso dar el pretexto a la objeción de principio?

No obstante hacer interdicción de lo que se impone de nuestro ser, es ofrecernos a ese retorno del destino que es maldición. Lo rechazado en lo simbólico, recordemos el veredicto lacaniano, reaparece en lo real.

En lo real de la ciencia que destituye al sujeto de un modo muy diferente en nuestra época, cuando solos sus partidarios más eminentes, un Oppenheimer[12], pierden ante ello la cabeza.

He aquí donde dimitimos de lo que nos hace responsables, a saber: la posición donde fijé el psicoanálisis en su relación con la ciencia, la de extraer la verdad que le responde en términos cuyo resto de voces nos es concedido.

Con qué pretexto resguardamos este rechazo, cuando sabemos bien (24) qué despreocupación protege a la verdad y a los sujetos todo junto, y que prometer a los segundos la primera, deja indiferentes a quienes están ya próximos a ella.

Hablar de destitución subjetiva nunca detendrá al inocente, cuya única ley es su deseo.

No tenemos otra elección que enfrentar la verdad o ridiculizar nuestro saber.

Esta sombra espesa que recubre ese empalme del que aquí me ocupo, aquel donde el psicoanalizante pasa a psicoanalista, es a lo que nuestra Escuela puede dedicarse a disipar.

No estoy más adelantado que ustedes en esta obra que no puede ser realizada a solas, ya que el psicoanálisis brinda su acceso.

Debo contentarme aquí con un flash o dos para precederla.

En el orígen del psicoanálisis, cómo no recordar lo que, de entre nosotros, hizo por fin Mannoni, que el psicoanalista, es Fliess, es decir el medicastro, el cosquillador de nariz, el hombre al que se le revelan el principio macho y la hembra en lós números 21 y 28, gústenos o no, en suma ese saber que el psicoanalizante, Freud el cientifista, como se expresa la boquita de las almas abiertas al ecumenismo, rechaza con toda la fuerza del juramento que lo liga al programa Helmholtz y sus cómplices.

Que ese artículo haya sido entregado a una revista que no permitía casi que el término de: « sujeto supuesto saber » apareciese en ella, salvo perdido en medio de una página, no disminuye en nada el valor que puede tener para nosotros.

Recordándonos «el análisis original», nos lleva al pié del espejismo en el que se asienta la posición del psicoanalista y nos sugiere que no es seguro que éste sea reducido hasta tanto una crítica científica no se haya establecido en nuestra disciplina.

El título se presta al comentario que el verdadero original sólo puede ser el segundo, por constituir la repetición que hace del primero un acto, porque ella introduce allí el après-coup propio del tiempo lógico, que se marca porque el psicoanalizante pasó al psicoanalista. (Quiero decir Freud mismo que sanciona allí no haber hecho un auto-análisis.)

Me permito además, recordarle a Mannoni que la escansión del tiempo lógico incluye lo que llamé el momento de comprender, (25) justamente del efecto producido (que retoma mi sofisma) por la no comprensión, y que al eludir en suma lo que constituye el alma de su artículo ayuda a que se comprenda al márgen.

Recuerdo aquí que el material bruto que recogemos con base en el «comprender sus enfermos», se compromete en un malentendido que como tal no es sano.

Flash ahora en donde estamos. Con el final del análisis hipomaníaco, descrito por nuestro Balint como el último grito de la moda, es el caso decirlo, de la identificación decimos del psicoanalizante con su guía, – palpamos la consecuencia del rechazo antes denunciado más arriba (turbio rechazo: ¿Verleugnung ?), el cual no deja más que el refugio de la consigna, ahora adoptada en las sociedades existentes, de la alianza con la parte sana del yo, la cual resuelve el paso al analista, la postulación en él, al comienzo, de esta parte sana. Para qué sirve entonces, su paso por la experiencia.

Tal es la posición de las sociedades existentes. Rechaza nuestras observaciones en un má allá del psicoanálisis.

El paso del psicoanalizante al psicoanalista, tiene una puerta en la que ese resto que hace su división es el gozne, porque esta división no es otra que la del sujeto, cuya causa es ese resto.

En este viraje donde el sujeto ve zozobrar la seguridad que le daba ese fantasma donde se constituye para cada quién su ventana sobre lo real, eso que se percibe, es que la toma del deseo no es otra cosa que la de un des-ser (désêtre.)

En ese des-ser (désêtre) se devela lo inesencial del sujeto supuesto saber, del que el psicoanalista a venir se confiesa el galma de la esencia del deseo, dispuesto a pagarlo reduciéndose, él y su nombre, al significante cualquiera.

Porque rechazó el ser que no sabía la causa de su fantasma, en el momento mismo en que, finalmente, ese saber supuesto, él lo devino.

« Que sepa de eso que yo no sabía sobre el ser del deseo, en lo que a él corresponde, llegado al ser del saber, y que se borre ». Sicut palea, como Tomás dice de su obra al final de su vida, – como estiercol.

Así el ser del deseo alcanza el ser del saber para renacer en eso (26) que se anudan en una banda hecha con un solo borde donde se inscribe una sola falta, la que sostiene el galma.

La paz no viene de inmediato a sellar esta metamorfosis donde el partenaire se desvanece por no ser ya más que saber vano de un ser que se escabulle.

Palpemos allí la futilidad del término de liquidación para ese agujero donde únicamente se resuelve la transferencia. No veo en él, contra toda apariencia, sino denegación del deseo del analista.

Porque quién, al percibir en mis últimas líneas, a los dos partenaires jugar como las dos alas de una pantalla giratoria no puede captar que la transferencia nunca fue más que el pivote de esta alternancia misma.

De este modo, de aquel que recibió la clave del mundo en la hendidura del impúber, el psicoanalista no debe esperar una mirada, pero se ve devenir una voz.

Y ese otro que, niño, encontró su representante representativo en su irrupción a través del diario desplegado con el que se resguardaba el sumidero de los pensamiento de su progenitor, remite al psicoanalista el efecto de angustia en el que bascule en su propia deyección.

Así, el final del análisis conserve cierta ingenuidad, sobre la que se formula la pregunta de si bebe ser considerada como una garantía en el paso al deseo de ser psicoanalista.

Desde donde podría esperarse entonces un testimonio justo sobre aquel que franquea este paso, si no de otro quien, como él, lo es aún, este paso, a saber, en quién está presente en este momento el des-ser (désêtre) en el que su psicoanalista guarda la esencia de lo que le pasó como un duelo, sabiendo así, como cualquiera en función de didáctico, que también a ellos eso les pasará.

¿Quién más que ese psicoanalizante en el pase, podría, autentificar en el lo que este tiene de posición depresiva? No aireamos aquí nada de lo que uno pueda darse aires, si uno no está allí.

Es lo que les propondré luego como el oficio a confiar para la demanda de devenir analista de la Escuela a algunos a los que llamaremos: pasadores.

Cada uno de ellos será elegido por un analista de la Escuela, que pueda aseverar que están en este pase o de lo que han vuelto de él, en suma ligados aún al desenlace de su experiencia personal.

Es a ellos que un psicoanalizante, para hacerse autorizar como (27)analista de la Escuela, hablará de su análisis, y el testimonio que sabrán acoger desde la frescura misma de su propio pase será de esos que jamás recoge jurado de confirmación alguno. La decisión de un jurado tal sería entonces esclarecida, estos testigos por supuesto, jueces.

Inútil indicar que esta proposición implica una acumulación de la experiencia, su recolección y su elaboración, una organización en serie de su variedad, una notación de sus grados.

Que pueda salir libertades de la clausura de una experiencia, es lo que cabe a la naturaleza del après-coup de la significancia.

De todos modos esta experiencia no puede ser eludida. Sus resultados deben ser comunicados : en primer lugar a la Escuela para ser criticados, y correlativamente ser puestos al alcance de esas sociedades que, por excluidos que nos hayan hecho, no dejan por ello de ser asunto nuestro.

El jurado funcionando no puede abstenerse entonces de un trabajo de doctrina, más allá de su funcionamiento de selector.

Antes de proponerles una forma, quiero indicar que conforma con la topología del plano proyectivo, es con el horizonte mismo del psicoanálisis en extensión, que se anuda el círculo interior que trazamos como hiancia del psicoanálisis en intensión.

Este horizonte, querría centrarlo en tres puntos de fuga perspectivos, llamativos por pertenecer cada uno a uno de los registros cuya colusión en la heterotopía constituye nuestra experiencia.

En lo simbólico, tenemos el mito edípico.

Observemos en relación con el núcleo de la experiencia sobre el cual acabamos de insistir, lo que llamaría técnicamente, la facticidad de este punto. Depende en efecto de una mitogénia, de la que sabemos que unos de sus constituyentes es su redistribución. Ahora bien, el Edipo, por serle ectópico (carácter subrayado por un Kroeber), plantea un problema.

Abrirlo permitiría restaurar, incluso al relativizarla, su radicalidad en la experiencia.

Querría aclarar mis intenciones simplemente con lo que sigue, retiren el Edipo, y el psicoanálisis en extensión, diría, se vuelve enteramente jurisdicción del delirio del presidente Schreber.

(28) Controlen su correspondencia punto por punto, ciertamente no atenuada desde que Freud la señaló al no declinar la imputación. Pero dejemos lo que mi seminario sobre Schreber ofreció a quienes podían escucharlo.

Hay otros aspectos de este punto relativos a nuestras relaciones con el exterior, o más exactamente a nuestra extraterritorialidad,– termino esencial en el Escrito, que considero como prefacio a esta proposición.

Observemos el lugar que ocupa la ideología edípica para dispensar de algún modo a la sociología desde hace un siglo de tomar partido, como debió hacerlo antes, sobre el valor de la familia, de la familia existente, de la familia pequeño-burguesa en la civilización, – o sea en la sociedad vehiculada por la ciencia. ¿Nos beneficia o no encubrirla sin saberlo en este punto?

El segundo punto está constituido por el tipo existente, cuya facticidad esta vez es evidente, de la unidad: sociedad de psicoanálisis, en tanto que tocada con un ejecutivo de escala internacional.

Lo dijimos, Freud lo quiso así, y la sonrisa embarazada con que se retracta del romanticismo de la especie de Komintern clandestino al que primero le dio su cheque en blanco (cf. Jones, citado en mi Escrito), no logra sino subrayarlo mejor.

La naturaleza de estas sociedades y el modo en que obtemperan, se aclara con la promoción por Freud, de la Iglesia y del Ejército como modelos de lo que concibe como la estructura del grupo. (Es por este término en efecto que habría que traducir hoy Masa de su Massenpsychologie.)

El efecto inducido de la estructura así privilegiada se aclara aún más por agregársele la función en la Iglesia y en el Ejército del sujeto supuesto al saber. Estudio para quien quiera emprenderlo: llegará lejos.

Al atenerse al modelo freudiano, aparece de modo deslumbrante el favor que reciben las identificaciones imaginarias, y a la vez la razón que encadena al psicoanálisis en intensión a limitar su consideración, incluso su alcance.

Uno de mis mejores alumnos remitió muy correctamente su trazado sobre el Edipo mismo, definiendo en él la función del Padre ideal.

Esta tendencia, como se dice, es responsable de haber relegado al punto de horizonte anteriormente definido lo que en la experiencia es calificable como edípico.

(29)La tercera facticidad, real, muy real, bastante real para que lo real sea más mojigato al promoverlo que la lengua, es lo que se puede tornar hablable con el término del: campo de concentración, sobre el cual parece que nuestros pensadores, al vagar del humanismo al terror, no se concentraron lo suficiente.

Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger, para nuestro horror, representa la reacción de precursores en relación con lo que se irá desarrollando como consecuencia del reordenamiento de las agrupaciones sociales por la ciencia y, principalmente, por la universalización que introduce en ellas.

Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación.

Hay que atribuir a Freud haber querido, vista su introducción natal al modelo secular de este proceso, asegurar en su grupo el privilegio de la flotabilidad universal con la que se benefician las dos instituciones antes nombradas? No es impensable.

Sea como sea, este recurso no hace más fácil para el deseo del psicoanalista de situarse en esta coyuntura.

Recordemos que si la I.P.A. de la Mitteleuropa demostró su preadaptación a esa prueba no perdiendo en los dichos campos ni uno sólo de sus miembros, debió a esta proeza el ver producirse después de la guerra una avalancha, que no dejaba de tener la contrapartida de una rebaja (cien psicoanalistas mediocres, recordemos), de candidatos en cuya mente el motivo de encontrar refugio ante la marea roja, fantasma de ese entonces, no estaba ausente.

Que la «coexistencia», que podría perfectamente también ella, aclararse por una transferencia, no nos haga olvidar un fenómeno que es una de nuestras coordenadas geográficas, hay que decirlo, y cuyos farfulleos sobre el racismo más bien enmascaran su alcance.

u

El final de este documento precisa el modo bajo el cual podría ser introducido lo que sólo tiende, abriendo una experiencia, a volver por fin, verdaderas, las garantías buscadas.

Se las déjà enteramente en manos de quienes tienen experiencia.

No olvidamos, sin embargo, que son quienes más padecieron las (30) pruebas impuestas por el debate con la organización existente.

Lo que deben el estilo y los fines de esa organización al black-out realizado sobre la función del psicoanálisis didáctico, es evidente a partir del momento en que se permite echarle una mirada: a eso se debe el aislamiento con el que se protege a sí mismo.

Las objeciones que encontró nuestra proposición no dependen en nuestra Escuela, de un temor tan orgánico.

El hecho de que se hayan expresado sobre un tema motivado, moviliza ya la autocrítica. El control de las capacidades no es inefable ya, por requerir títulos más justos.

Es en una prueba tal como la autoridad se hace reconocer.

Que el público de los técnicos sepa que no se trata de discutirlo, sino de extraerlo de la ficción.

La Escuela freudiana no sabría caer en el tough sin humor de un psicoanalista que encontré en mi último viaje a los U.S.A. «Por lo que no atacaría nunca las formas instituidas, me decía, es porque ellas me aseguran sin problema una rutina que hace mi comodidad».

J.L.

Traducción, margarita mosquera

Fuente: http://www.ecole-lacanienne.net/documents/1967-10-09b.doc

Se revisa la traducción teniendo en cuenta la traducción de Diana Ravinovich.

Agosto 31 de 2009

Medellín, Colombia.

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notas pié de página, tanto de transcriptor como de traductor (nt) al español, lo escrito en azul en el texto es nuestro.


[1] [nt1] estas páginas corresponden a los Escritos en francés. En español, se encuentra en LACAN, Jacques. Escritos, Tomo I, Siglo XXI editores, 12ª ed, páginas 441 a 472.

[2] [nt2] Un Gradus ad parnassum (locución latina que significa “Ascenso al Parnaso” algunas veces abrevada en Gradus, es una obra pedagógica concerniente a la literatura, la música, o las artes en general. El monte Parnaso es en efecto la morada en la mitología griega y latina, de las nueve Musas, diosas de las Artes. Etc.

[3] [nt3) expresión italiana del siglo XVII, para decir “tal cual son”, tal como se presentan.

[4] Nt. Cooptar: 1. tr. Llenar las vacantes que se producen en el seno de una corporación mediante el voto de los integrantes de ella. Diccionario de la “Rea” Academia de la Lengua Española.

[5] Nt. Déduit: divertissement, occupation agréable, amusement. Pero también : summe déduite.

[6] Nt. La expresión latina Primum nil nocere o Primum non nocere se traduce en castellano por "lo primero es no hacer daño". Es una máxima de la medicina atribuida dudosamente a Hipócrates e imposible de cumplir, pues un medicamento o una intervención siempre tiene secuelas.

[7]. Lo que se llama de ordinario: el psicoanalizado, por anticipación..

[9] Nt. agalma

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