jueves, 24 de diciembre de 2009

CARTELES: El cartel, una estructura que sólo tiene una función: el trabajo.





El cartel, una estructura que sólo tiene una función: el trabajo.
autor: François Couture


El cartel no es un encuentro de ideas entre algunas personas. Es en principio, nos dice Lacan en su Proposición del 9 de octubre, "la condición de admisión a la Escuela". Es miembro — de la Escuela — aquel que participa en un cartel de esta escuela; porque incluso si la palabra (cartel) evoca cuatro, en realidad, viene de la palabra "cardo[1]", GOND[2]. Un cartel, es la bisagra entre la escuela y sus miembros, un ugar de compromiso en la escuela. Este compromiso significa "producir un trabajo" en el curso del cartel — donde pueda articularse lo real de la cura analítica, lo que evita las discusiones sin continuidad, (à bâtons rompus[3]).
El cartel no es entonces la práctica analítica, sino lo que puede sostener el lazo social de una comunidad de psicoanalistas.
El cartel es también una especia de "palabra plena", en el sentido en que más allá de las personas a las que nos dirigimos, se apunta a alcanzar a alguien o a algo otro.  Es decir entonces, que el cartel es un espacio donde debe manifestarse la subjetividad –en el sentido lacaniano del término-, un espacio apto para hacer surgir lo inconsciente. Es por lo que hay que dar un estilo analítico a las reuniones de un cartel.  Cada uno que tome acta[4] de esto.


Un cartel: cuatro "más-un" (plus-un)
Para constituir un cartel, se requieren cuatro personas,  luego elegir en común un objeto de trabajo y un quinto miembro del cartel ("más-una persona"). Luego, en el momento en que esta estructura está constituida, todos los miembros  — los cartelizantes — pueden ocupar la función del más-uno. El más-uno es en efecto una posición en el grupo, un lugar intercambiable que torna posible el funcionamiento del grupo. Es sobre qu(e)ien puedo apoyarme para hablar : el discurso de los cartelizantes gira alrededor de un pivote, que constituye el más-uno.
El más-uno, es también ese(aquel) que, en el grupo, sostiene el deseo. Sostén que puede hacerse de muchas formas: hablando, callando, prestando su casa para que el cartel tenga lugar, etc. Para articularlo de otro modo, digamos que el mas-uno es un significante que mantiene la estructura de lo inconsciente en el cartel.
Es decir que toda jefatura o toda dirección en el sentido de actitud magistral de alguno de los cartelizantes, es excluida de esta estructura. El cartel, es entonces "otra forma de anudarse" para producir un trabajo, para elaborar entre varios lo que sólo muy difícilmente se elaboraría solo.




La Escuela Lacaniana de Montreal favorece la formación de carteles facilitando los contactos entre las personas deseosas de participar en ellos. Para hacerlo, basta con manifestar su interés por correo electrónico. Una vez que el cartel está constituido, sus miembros tienen a continuación la responsabilidad de encontrar un quinto cartelizante. Luego, juntos:
. Eligen un objeto común de trabajo;
. Inventan las modalidades de trabajo del cartel (frecuencia, producción, etc.);
. Se eligen individualmente un tema de trabajo individual.
Ex: si el cartel tiene por objeto comentar el Seminario XIV de Lacan, un cartelizante puede elegir estudiar en él, la topología; otro, las relaciones entre fantasma y deseo, etc.
Señalamos para terminar que no es necesario ser miembro de la ELM para participar en uno de sus carteles, pero es necesario estar inscrito en un cartel para convertirse en miembro de la ELM. Finalmente, para que un cartel sea inscrito en la ELM, es necesario obtener el consentimiento de todos sus cartelizantes.
François Couture




Referencias: Jacques Lacan, Proposición del 9 de octubre
Lettres de l’École freudienne, Jornadas de abril 1975, nº 18, abril 1976




[1] Ntr: dice de los términos, cardinal, calle, pivote, eje, bisagra, gozne, pernio. Como cardinal, dice de la orientación geográfica para designar el eje norte-sur, alrededor del cual pivotea, gira, la bóveda celeste. En la estructura urbanística romana de fundación de ciudades, nacido de los mojones etruscos, un cardo es un eje de vía norte-meridional que estructura las calles. Aún entre nosotros está la calle real…, en los pueblos, éste es su origen. Significa entonces Calle en las ciudades, entre nosotros existe esta nomenclatura, calle tal, carrera tal, nº tal. De cardo se pasa entonces a cardinal, adjetivo, y de ahí a puntos cardinales. En roma, en la encrucijada del cardo y el decumanus (este - oeste) de una ciudad, se encontraba en las afueras, el foro romano. El termino decumanus, se sustituye luego, cuando hay varias calles y carreras en una ciudad, por maximus, de donde la expresión de cardo a maximus.  Como bisagra, gozne, pernio, el término cardo, gond en francés, es un herraje articulado que posibilita el giro de puertas, ventanas o paneles de muebles.   En sentido figurado, en francés hay una locución verbal que dice “sortir de ses gonds”, como quien dice entre nosotros, salirse de sus carriles, hacer salir, poner a alguien por fuera de sus gonds (bisagras), excitar tanto la cólera que se está por fuera de sí mismo.  
[2] Ntr; leer nota anterior sobre el término cardinal etc.
[3] Ntr: expresión francesa, probablemente originaria de la edad media a una forma de tapicería que no era un dibujo, sino palos entremezclados “palos rotos”. Entre los militares expresa el latir del tambor “sin ton ni son”, que significa dar dos golpes sucesivos con cada junquillo, sin producir rodadura alguna.
[4] Ntr: "acte", nota, pero también acto, acto analítico, y acta… como acta de reuniones, pero más aún como acta de nacimiento.


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miércoles, 23 de septiembre de 2009

ESCUELA: Textos de fundación. 1997. Hacer escuela: un mito a crear

texto en revisión...




Hacer escuela: un mito a crear
Alexandra Liva


La reflexión presentada aquí encontró caución en
los encuentros hechos con Gisèle Élias,
quien amablemente participó
en la elaboración de este trabajo
con sus comentarios.


Para trabajar la ética, tomaremos un camino deliberadamente retorsido[nt1] abordando las figuras de estilos. Quisiera entonces en primer lugar atraer su atención sobre las relaciones  entre algunos procedimientos poéticos y algunos esquemas. Especialmente, estas figuras son el oxímoron, el quiasmo, la puesta en abismo (la mise en abîme) (que no es un tropo, pero sí un procedimiento que se encuentra en muchas obras de arte), y la sinécdoque. Además, existe una figura de estilo que tiene exactamente la misma estructura que la metonimia, pero invertida, o sea, la  sinécdoque. Esta misma estructura permite crear un vaivén de lo general a lo particular y de lo particular a lo general, pero, digamos, más poéticamente. En lo que concierne a la sinécdoque, ésta puede ser utilizada entonces para “hacer volver (retour)[nt1] ”, lo que nos permitirá aproximar el quiasmo y el oxímoron a partir de la metáfora y la metonimia. Estos últimos estarán sobre el mismo eje, mientras que el quiasmo y el oxímoron se encontrarán en otro, perpendicular al primero. Del quiasmo, viviremos una inversión (retournement [nt1]) lo que dará sobre la puesta en abismo que llevará finalmente a la ética. Además, diré una palabra sobre la sinonimia, la perifrase y la traducción, que crean para un término una falsa equivalencia, un “ a’ ” (como lo que pasa en el sujeto en el estadio del espejo) que permitiendo una transmisión de sentido, poco convincente, incompleto, “no todo”, pero transmisión igualmente. En segundo lugar, hablaré de revolución y de algunas razones que me hacen pensar que Montreal presenta un buen mantillo para una escuela de psicoanálisis. Al comienzo, debemos contar con la preexistencia del lenguaje, del sentido, de la percepción de los cuerpos como apoyo al pensamiento, de una posible dialéctica entre el yo (moi) y el yo (je) que se ponen en movimiento con el estadio del espejo, dialéctica que se crea luego con la percepción del lenguaje y de los cuerpos, y apoyarnos en los trabajos hechos sobre la metáfora y la metonimia. Me inspiré en la teoría de Mikhaïl Bakhtine sobre el dialoguismo en la novela, llevada a su estudio sobre la risa rabelesiana y la caída de la fiesta de los locos en el Renacimiento. Las ideas principales vienen de textos de antropología que provienen de capítulos de obras de Paul Friedrich, The Language Parallax, y The Performance of Healing, recopilación de etnografías presentada por Marina Roseman y Paul Laderman, tratando los ritos de curación como acontecimiento, acto, retórica y género. Los espacios que existen alrededor y en el interior del agujero del alma del toro, nombrados respectivamente “éxtimo” e “íntimo”, según Lacan, serán explorados. Anotemos que el cuerpo humano es él mismo un toro, atravesado por otros orificios, por el tubo digestivo, de la boca al ano, lo que hace del cuerpo una analogía imaginaria con el toro. Así, la formalización del quiasmo y de la puesta en abismo depende de la metáfora y de la metonimia, y de la dialéctica entre estos dos últimos. La metáfora corresponde a la estructura del nombre del padre y la metonimia de la estructura del deseo, tomo como experiencias los trabajos hechos mucho antes que los míos. Muy simplemente, de forma casi simplista, no obstante operatoria, durante un curso, un profesor de taller literario definió una metáfora como una  “comparación si la ocurrencia del "como" ”. El “como” siendo en la comparación el elemento bisagra permitiendo un “ a’ ”. Este “como” es literalmente el punto de capitón, el nombre del padre que está presente in absentia en la metáfora.
La metonimia es creada a partir de la metáfora, como consecuencia de otro desplazamiento a partir de una primera metáfora. No es sino cuando la metáfora se convierte en tropo en sí, y en cuanto éste se lo opone a la metáfora, que puede nacer el quiasmo.[1]
Pero más aun, la metáfora es garante de “ternaria”: para crearla, hay que poner en relación dos términos para hacer inmiscuirse una demasía de sentido por el efecto de un tercer término que está ligado al primero por tal razón y al segundo por otra. El tercer término hace sostener los otros dos por un lazo totalmente virtual. Es evidente que el empleo de las figuras de estilo se superpone a una realidad observable (la poesía vino antes que ¡la poética!), recortando construcciones en el lenguaje y nombrando cómodamente lo que conviene aclarar en el detalle, o sea lo que tiene de la emergencia de la palabra. Igualmente, la subversión que provoca lo inconsciente, demanda aún explicación. Para llegar allá – para lograr explicar el fenómeno que ubico bajo la bandera del quiasmo, “provisionalmente” – la idea es  partir de lo imposible, de lo innombrable, de lo que es nombrado de forma muy imprecisa, una intuición o un shock, o incluso un atractivo irresistible, a falta de saber más al respecto, y de juntar a ello conceptos que se aproximan groseramente, que anuncian así el tenor de lo que habrá que necesariamente explicar por la perífrasis. Este modo de traducción del pensamiento ayuda a circunscribir con mayor justeza una idea.  En ejemplo, para hablar aún del quiasmo, como de toda figura de estilo, designa un fenómeno que se encuentra en el lenguaje. Hacerlo una figura de estilo, es decir una palabra que designa una forma de usar el lenguaje, es ya darle un valor genérico; reconocer de uno y otro lado en los hechos del lenguaje no indica no obstante lo que pasa en un quiasmo. Lo importante en el texto que nos ocupa aquí, es comprender mi metodología “en contrasentido”, partiendo de una analogía que es inicialmente el soporte de la idea y que permanecerá, para luego, como el rastro de lo que habrá abierto la brecha para tomar la palabra una vez que la palabra es tomada y soltada.
¿Cómo pensar lo impensable, si no por construcción o reconstrucción a partir de lo que ha sido ya enunciado? En todos los tiempos, el mito habrá sido de una gran utilidad para poner en forma lo inmemorial y lo desconocido. En lo que se refiere a lo imposible, lo que tiene de paradójico en el pensamiento, y que me parece lo más cercano al surgimiento de lo inconsciente en el discurso, existe una célula mínima donde se juntan “dos palabras de sentido contradictorio para darles más fuerza expresiva”: es el oxímoron (señalo en esta definición tomada del Petit Robert I, porque con dos términos, particularmente dos términos contradictorios, una dialéctica puede ser puesta en evidencia). Para pensar lo impensable y lo imposible, abordamos aquí el mito y el oxímoron como lugares de puesta en forma del pensamiento. El mito, tanto personal como colectivo, describe una situación de origen, luego lo precedente que cambia para siempre, la situación de origen, y finalmente, el resultado de este acontecimiento que explica entonces la situación, vivida en la actualidad. El mito hace el puente entre lo inmemorial y el presente. Freud tuvo el cuidado de dar al psicoanálisis dos mitos para explicar la organización de una colectividad y de la individualidad según la presencia y la ausencia del padre: la del padre de la horda y la del Edipo, transformado canónicamente en complejo. En análisis, que enuncia su mito personal se lo hace el héroe; y  este mito personal es intricado en una reconstrucción de la historia de los lugares (casa, ciudad, país) investidos y con gentes conocidas por el analizante.
En los dos cuentos míticos, el del Edipo y  el de la horda, la relación con el padre inaugura la “ternaridad”, y la prohibición (interdit) del goce adviene por su decreto. Es, en Tótem y Tabú, reconstrucción de la historia de la colectividades, una vez reconocido el hecho que la presencia del Padre falta puesto que daba orden en la horda, que el pacto es compuesto. Para el mito de Edipo, la ley de la prohibición (l’interdit) del goce de una mujer cuyo héroe sería a la vez marido e hijo, es puesto por anticipado en su destino, y la tragedia es la de saber por anticipado que transgredirá esta prohibición (cet interdit) sin saberlo. El paradigma de Edipo conviene a la elaboración de un mito personal, y el de la horda a un grupo. De una u otra forma, estas historias conciernen a la toma de consciencia de la división del sujeto tomado entre su deseo y la ley. Si Edipo cumplió, además de resolver el enigma de la esfinge, un acto extraordinario matando a su padre y desposando a su madre, lo hace a espaldas de lo que son esta mujer y este hombre – sus padres. Es a la vez, héroe y anti-héroe, mereciendo la gloria por haber librado a Tebas y la afrente para sus crímenes. Edipo es la encarnación de un oxímoron, porque tornó posible lo imposible. Pasando, por el oxímoron, lo que parece contradictorio adviene en una entidad mental, simplemente de su expresión, por el lenguaje.
Al final de Edipo rey, tragedia cuya estructura Jean-Pierre Vernant destacó específicamente fundada en la caída (renversement), Edipo llega a una encrucijada de caminos cuya forma es una gamma (cf. Kristeva). Está en el lugar en que su propio destino lo lleva, el de lo imposible, del hombre que es a la vez hijo y marido de la misma mujer, un lugar insostenible reventándosele en los ojos, lo que hace enterándose de lo que se ocultaba detrás de los actos que creía justos y laudables. Y allí se legitima la existencia de su mito: encarna la caída (le retournement) que provoca la toma de consciencia de una prohibición (interdit) transgredida. En última instancia, esta prohibición (cet interdit), es el paradigmático pacto de la horda que le pre-existía. Esta transgresión del pacto que reglamenta las alianzas del elevado por encima del resto de los hombres en una situación en la que se torna paria y héroe. De lo no sabido (de l’insu) a la consciencia, del oxímoron al quiasmo, Edipo se da como medio de llevar el deseo de la madre a un imposible realmente imposible, es decir el castigo que se da muestra que reconocía que la fatalidad del deseo fue más fuerte, pero que la madre debe permanecer inaccesible y que su lecho está reservado al padre y no a él. Entonces, el oxímoron sería el lugar de lo posible y de lo imposible concomitantes. El quiasmo, el de la separación consciente de los términos de lo imposible y de lo posible de su intrincación. El lugar del quiasmo es también el del héroe, y en análisis el mito personal  se forra alrededor de este lugar.
Edipo queda como héroe trágico, y los héroes tienen esta particularidad de sostener lugares imposibles, que los hacen portadores únicos en un tiempo dado del bagaje identificatorio de un pueblo, de una cultura, y de un subconjunto de individuos. Si menciono el hecho que Edipo llega a un lugar de su camino que se divide en dos vías, es porque enseguida de la caída ( renversement) que le hizo tomar conciencia de su doble crimen, su “ vía ” que sigue desde siempre se recorta (“Nótese que es en la encrucijada que Sófocles piensa la división entre el deseo y el homicidio[2]”). Hay aquí puesta en abismo: ella consiste en la adecuación entre la puesta en evidencia de la oposición deseo-ley que han orientaron las últimas artimañas de Edipo y las dos direcciones que nacen de una misma ruta. Hasta entonces, matar al hombre importuno y casar la reina de Tebas parecían actos sin lazo, pero una vuelta (un retournement) (por un testigo y el llamado de un oráculo) las muestra cómo las caras de una misma moneda. La puesta en abismo es un proceso poético corriente que a menudo hace parte de una obra no puntualmente sino que es el agente de cohesión total de la obra. Reviste un atractivo particularmente fascinante cuando aporta una demasía de sentido, el mejor ejemplo sería una arte poética, que es una obra que preconiza posiciones estéticas y que las demuestra en la misma enunciación poética. Adelanto que una posición ética debe sostener el arte poético, que tendría en cuenta ocurrencias y recurrencias del inconsciente.
Edipo, tanto como los hermanos de la horda, procede a la exterminación del molesto [nt2]. Pero los hermanos son más conscientes ya del riesgo de su asesinato: apropiarse de las mujeres que el Padre monopolizaba. De su rebelión emana a pesar de todo un desorden que ellos remedian por el pacto que lleva simbólicamente la presencia del padre, cuya ausencia es fuertemente sentida. Es también porque hay leyes que hay héroes, que ofrecen voluntariamente su cuerpo a la reunión del deseo y de la ley. Si se conectan graficametne los términos de oxímoron, metáfora, metonimia y quiasmo, según el esquema tomado en el curso de “Evolución del pensamiento occidental” dado en 1993 en la Universidad de Sherbroke por el Señor Philippe Gaulin, esquema que toma la forma de un losange en el que una arista, la base del dibujo será el lugar del oxímoron, del imposible posible que pone en marcha el pensamiento. Una primera división sobreviene en la toma de consciencia de foso entre el deseo y la ley: es también la castración original. Un segmento lleva a una arista que es el deseo (lugar de la metonimia) y otro, divergente, hacia la ley (lugar de la metáfora, del nombre del padre). El lugar del héroe consciente, cuyos actos hacen converger las rectas divergentes del deseo y la ley, es el del quiasmo. El quiasmo está en la cima opuesta a la del oxímoron. Lo que hace del héroe un héroe es que  es atormentado y traspasado por la exigencia de la ley del padre, el empuje de su propio deseo, y sobretodo el hecho que encarna esta imposible unificación. Como si tuviera o fuera esta parte perdida durante la división. Es la parte perdida durante la castración original que hace de él y en efecto un ser (aparentemente) sin falla. Hacerse la encarnación de esta parte faltante, en efecto ligadora, propulsa al héroe hacia otra esfera que los otros humanos, porque se hace el representante de una ley reconocida como necesaria pero también a veces deshonrada, y el paradigma del abandono en lo irreductible de su deseo que soporta el de los otros. Pavimenta el camino para que la ley sea erigida como texto sagrado, de una parte, y permite la represión del deseo del resto de la “horda”, de otra parte. En la persona del héroe se encuentra el principio de reconocimiento, lo que hace que entre el texto sagrado y la represión del deseo (incestuoso) del grupo (hacia los cuales apuntan los segmentos que se cruzan a través del héroe, o sea el del nombre del padre hacia el texto sagrado, y el del deseo hacia la represión), hay ahora lugar para la celebración, la rememoración, la expiación y la transgresión.



















Pero aún, necesariamente hace falta que haya habido un pacto para que lo imposible-posible del oxímoron pueda recortar el entrecruzamiento del quiasmo, y esto para intentar llegar a una relación entre el hombre y la mujer entre los cuales existe una falla que queda abierta. Sin embargo, para que el hombre y la mujer puedan re-encontrarse de alguna forma, respectivamente es mediante lo que es conocido por el padre y por la madre, y esto el rasgo unario. El lugar de identificación está en el esquema en el entrecruzamiento de los segmentos del quiasmo.





Mujer




Hermanos

Cuando el quiasma se crea en el hilo del discurso – hablamos aquí entonces de creación, incluso de multiplicación, las ramificaciones del significante se extienden en muchos sentidos-,  es que un significante retorna conscientemente o no. Para un significante dado, los diferentes sentidos posibles que surgen ponen en lugar un juego de oposiciones que suscitan un re-examen de ese significante, o sea desplegando los universos de sentido latentes. Pero explorar las dimensiones de un significante, eso se hace siguiendo un “hilo” a la vez (sin olvidar los muchos recortes que surgen). No es sino cuando hay retorno (retour) de ese significante, o retorno (retour) sobre éste, que él comienza a ocupar el espacio que le es devuelto, o sea el espacio de lo inconsciente, me parece.
Dos toros enlazados son una expresión gráfica simple del quiasmo, de la vuelta (renversement) que sobreviene de la utilización del lenguaje. Dos formas sujetas al nombre del padre, deseantes, una vez cruzadas, se prestan a la inversión (retournement). Que sea por recortado o por agujereado, los dos toros enlazados una vez vueltos (retournés) ofrecen a la vista un toro en un toro. Algunos dirán que esta resultante ayuda a formalizar el amor, y especialmente puede ser el amor que adviene en la cura. Yo, allí veo una puesta en abismo: una forma en  una forma. Y entonces, el quiasmo, la puesta en abismo, la ética, ¿qué relación las vincula? A mi manera de leer, la ética es una línea de conducta guiada por posiciones subjetivas que han interrogado detenidamente, deseos y motivaciones, y lo que allí es del lugar del Otro. En un plano más individual, estas posiciones puntúan hacia actos que tienen en cuenta las actuaciones de los otros sin hacer compromiso sobre sus posiciones. No se tiene en cuenta aquí sino la moral que enuncia los códigos mientras que la ética se crea a partir de nada, de un agujero, que da lugar al deseo.
Como dice Oscar Wilde, “la cultura está a menudo en las cosas que no hay que leer”, entonces, he aquí  L’Argus (el vigilante), el diario de los estudiantes de antropología. Un día, he aquí que caigo sobre esta imagen de un lobo y de un carnero frente a frente, que reviste cada uno un piel semejante a la del animal que está ante ellos. Y, entre los dos, algo como del amor que está simbolizado por pequeños corazones que surgen. Esta imagen, era como una confirmación surgida del campo social... Cada uno, tanto el lobo como el cordero está en el error de haber visto al otro como su semejante; el uno y el otro se disfrazan para engañarse mutuamente (y por motivos diferentes, probablemente), y... se engañan, efectivamente; diríamos que los dos se hacen tener: el amor surge. Nótese el quiasmo: el uno recibe del otro su propia imagen, y viceversa.
A menudo insistimos en el hecho que el analista es desecho (rebut), desecho de la humanidad. Es su rol para asumir que será echado un día por el analizante. Tenga presente esto, esto importará cuando aborde el lugar del analista de la escuela. Anuncio enseguida que él está de paso en el agujero central del toro, allí donde pasa momentáneamente el Otro, donde sostiene el lugar.
Muy bien, pero regresemos (retournons) a mi interrogación inicial: ¿En qué consiste la delimitación – si allí hay una – entre lo íntimo y lo éxtimo? ¿En qué esta tiene lazo con la ética? Esta cuestión me hace vacilar largametne, hasta que, en el curso de lecturas para el curso de “lengua, cultura y etnopoética”, caigo sobre una descripción del efecto del quiasmo formulada de tal manera: “as-you-go-in-so-you-come-out figure that is called chiasmus”. Inmediatamente pense en el toro, en la travesía del vacío central: “as-you-go-in-so-you-come-out”. La delimitación sería en efecto un paso. Allí donde hay sujeto, otro, hay subversión, inversión (renversement), y es aquí que el quiasmo como figura de inversión (du renversement) por entrecruzamiento se vuelve útil y opera sobre el Otro.
Tomemos por hipótesis que el lugar del quiasmo está en el centro del agujero del alma del toro. Es también el lugar del Otro, de lo inconsciente, de lo Real. Notese el quiasmo presente en la definición tal como citada del texto de Friedrich, entre “come in” y “go out”. Inversión, caída (renversement): hago llamado aquí a Bakhtine quien trata la caída (renversement) en la risa rabelesiana, la risa de la subversión, la de la fiesta de los locos donde las figuras de autoridad toman su agujero, es el caso decirlo, para que la población las vuelva (tourne) ridículas y caricaturas, por un corto tiempo. Eso pasa, y cada uno vuelve (retourne) a sus ocupaciones habituales. Si hablo de plurilogismo y de plurivocalidad, es que, según mi lectura, el lugar del quiasmo es por excelencia el lugar del pasaje de todos los discursos en circulación a los cuales estamos sujetos sin censura, de un “input” cultural que se impone sin cese, y que pasa por el lenguaje, lenguaje que, lo sabremos, nos da a pensar que lo inconsciente se estructura como uno de estos últimos. Mi finalidad en el trabajo sobre la ética será entonces explorar las estructuras fijas del lenguaje (tropos, figuras de estilo) para aprehender qué leguaje habla lo inconsciente. De paso, hablando de subversión e inversión (renversement), no dejaré de hablar de Sócrates,  quien en su poética, porque podemos ver su elección de palabra – que excluía lo escrito – como una puesta en abismo de su filosofía, o sea hacerse un partero de ideas, él hijo de comadrona – practicaba la mayéutica, un ejercicio de palabra, en la que cuán eficaz herramienta era la IRONÍA.
Recordaremos que Sócrates fue forzado a beber la cicuta, suicidio forzado por corrupción a la juventud. No estamos lejos de la subversión con este Bakhtine que invoco sobre el agora. Todo y como Sócrates, Bakhtine da a luz su pensamiento a partir de una matriz dialéctica (el marxismo). La persistencia del psicoanálisis sostiene el hecho que haya aún gentes que se presten a la dialéctica analizante-analista (y lo mismo si es su propio discurso invertido lo que se recibe del Otro, porque sucede que no hablamos no obstante, a solas). La cura, no sin razón, es un necesario de la teoría, que acaba en los ensayos clínicos, que tornan los discursos inconscientes en el agora. El analista es de utilidad pasajera para el analizante, esperando su reexpulsión. Supongamos aún que el lugar del analista de la escuela es estar de paso en el agujero del toro para forzar tan necesario el paso de sea lo que sea que hace obstrucción. Y ¿qué es lo que pasa así, sufriendo una inversión (retournement)? Si es un Otro, un inconsciente, otra banda de Moebius, este sería el lugar no solamente donde esta banda pasa, sino ese quiasmo sería el lugar de la torsión de la banda Otra correspondiente al centro del agujero. Porque me atrevo a imaginar que el analista también recibe su propio discurso invertido escuchando al analista (analizante ?) (pero esto no es todo: lo escucharía con un conocimiento viniendo de la experiencia clínica, una escucha “más uno”). Por otra parte, se requiere un cuerpo para dejar pasar al Atro, es decir que, por ejemplo, si el analista prestar el suyo para sostener el lugar, momentáneamente, del Otro, este lugar, él lo sostiene para un “otro otro” para el analizante. E inversamente, el analizante sostiene para el analista, momentáneamente también, el lugar del Otro  (¡por lo menos lo espero!), porque para el analista, los analizantes son tanto como amalgamas del discurso social en circulación, que le reenvían (renvoient) también su propio discurso. En una cura, “idealmente”, las dos partes vivirían de la subversión. Estos dos reenvíos (renversements) que surgen por el proferir de palabras que se entrecruzan sin necesariamente encontrarse – porque se recibe su propio discurso invertido ; lo que lanzamos permanece como reacción a este propio discurso invertido (inversé), esto crea un discurso propio, lleno de obsesiones, manías, deseos puntualse, y que se yo qué más. Aquí se dibujan los toros enlazados cuya inversión (retournement) abre el campo al amor, y el amor entre analizante y analista constituye otra de las piedras de cimiento de la cura. El amor y el goce permanecen, en mi opinión como vías de exploración de la ética y de la constitución de la escuela. En este trabajo, tiendo a dar un lugar particular a lo imaginario, como lazo esencial entre lo Real y lo Simbólico, como entidad propia permitiendo la eclosión del mito, tanto personal como colectivo. Avanzo también que lo inconsciente es “polifónico”, “plurivocal”, y que todas estas voces pasan por la boca de una sola persona que hizo de ellas una elección consciente sin saberlo. Entonces, en la experiencia dialógica de la cura, la plurivocalidad, el plurilogismo adviene por lo inconsciente. Y la experiencia dialógica es una subversión recíproca, pero los dos seres en presencia se subvierten mutuamente, pero no en el mismo sentido para el uno y el otro.
Implico también que la torsión de la banda moebiana sostiene el quiasmo. La banda aplanada, sostiene el entrecruzamiento de las dos superficies; lo que es más, la superficie de la banda plegada delimita dos triángulos, que pueden desplegarse, lo que será tratado en el próximo texto.

[1] A título informativo, he aquí algunas definiciones del  quiasmo. Sacadas del Petit Robert I: “gr. Entrecruzamiento "croisement". Figura de retórica formada por el cruce de términos (allí donde el paralelismo sería normal). Ej.: Hay que comer para vivir y no vivir para comer”. Otra, del Gradus des procédés littéraires : “ubicar en orden inverso los segmentos de dos grupos de palabras sintácticamente idénticas”. Petit Larousse: “Procedimiento que consiste en ubicar los elementos de dos grupos formando antítesis en el orden inverso del que deja esperar la simetría”.
[2] Julia Kristeva, Sens et non-sens de la révolte, Paris, Fayard, 1996, p. 151.

Notas de traducción al español.
[nt1] dejo el término así, como torsión, tórico, retors, retordu, que era como lo utilizaba Lacan.
[nt2] « Gêneur: Celui qui est habituellement ou accidentellement gênant. Quel est ce gêneur qui vient nous troubler? Il est familier. Dictionnaire de l’Académie française. »  Et  « Néologisme. Celui qui gêne. C'est une vague rumeur que je me borne à constater, au risque de passer moi-même pour un fâcheux ; vous savez qu'aujourd'hui les boulevardiers disent un gêneur, l'Indépendance belge, du 6 sept. 1868. » Dictionnaire Littré.  Et «  Gêner v. 1. fastidiar v. 2. incomodar v. 3. molestar v » Dictionnaire Ultralingua. Et « ancêtre » para nosotros genitor.  En francés nuestra asociación entre Gêneur y Genitor, podría darse entre gêne y gêne, molesto y gene (parte del ADN). 






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martes, 22 de septiembre de 2009

ESCUELA: Textos de Fundación: 1997. El Psicoanálisis


Maxime-Olivier Moutier


El psicoanálisis no puede transmitirse sino de sujeto a sujeto en la trasferencia.




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lunes, 7 de septiembre de 2009

ESCUELA: Textos de fundación. 1997. Proposición de textos...

Proposición de textos para
El Acto de fundación de la Escuela Lacaniana de Montreal (ELM)


François Couture


La Escuela Lacaniana de Montreal (ELM) ha sido fundada en Montreal por personas que se comprometieron con emprender allí un trabajo: el de hacer circular la práctica y el discurso del psicoanálisis tal como nos lo enseñaron Sigmund Freud y, en su continuación, Jacques Lacan.
La Escuela Lacaniana de Montreal acoge a quien quiera que tenga el deseo de proseguir un trabajo tal: los analistas o los que desean devenirlo; las personas que, fuera de todo esoterismo y de todo adoctrinamiento, deseen encontrar allí refugio contra el “mal-estar” de la civilización; y finalmente toda persona que desee enriquecer su trabajo y su práctica con el aporte del psicoanálisis (terapeutas, estudiantes, enfermeras, trabajadores sociales, etc.)
La Escuela Lacaniana de Montreal se quiere un lugar de “puesta al saber” y de “producción de saber”, a saber el saber de lo inconsciente. Ella cuida pues, que sean puestas en lugar todas las condiciones necesarias para que circule ese saber. Esta circulación, para que sea un fin, es entonces el objeto de goce de los miembros de la  Escuela, siendo esto que el saber causa una pérdida de saber.
La Escuela está dotada entonces de una estructura organizacional que favorece el tomar a cargo y la puesta en acto personal. El trabajo que allí es efectuado no se quiere recompensado por una promoción (ninguna jerarquía en la Escuela), sino por una resonancia, una difusión en el interior  y en el exterior de la Escuela.  Del mismo modo como los trabajos menudos no son reservados a los  “menos graduados”, a los más jóvenes, a los recién llegados, etc.
Como lo señala Lacan, dado que “la enseñanza del psicoanálisis no puede transmitirse de un ser al otro sino por transferencia de trabajo”, esta transferencia es lo que “hace escuela”, lo que anuda entre sí a los miembros de la Escuela. El entusiasmo que de ello resulta hace acto en la promoción de la causa de ser del miembro  de la Escuela (de su deseo) en el campo social.
La transmisión del saber de lo inconsciente gracias a la transferencia se efectúa a partir de lugares tales como:

a) los seminarios
b) los carteles
c) los coloquios
d) las publicaciones
e) el Pase
f) la cura
g) los controles o supervisiones

Las crisis que surjan en la Escuela son analizadas en un contexto de  “palabra plena”, es decir en un lugar de palabras desembarazadas de efectos imaginarios inherentes a la constitución de un grupo (piénsese por ejemplo en los celos).
La contribución financiera de los miembros de la Escuela será enteramente consagrada a las publicaciones y a la difusión. Esta contribución podría ser calculada de una forma que no impida a ningún futuro miembro entrar en la Escuela  (ex.: el equivalente de una renta semanal en salario, estudiante dispuesto, prestación de servicios sociales, etc.).
Es deber de los miembros de la Escuela hacer valer la incidencia civilizadora que resulta de la práctica del psicoanálisis. Esta propone en efecto, una forma de amor que estaría a la base de un nuevo lazo social: el amor de lo inconsciente, es decir, la apertura a la presencia del Otro en el seno mismo de nuestro ser.
Dado que esta Escuela se dice lacaniana, consagra la topología: ese modo por el cual Lacan articuló los campos de la subjetividad humana que no pueden aprehenderse de otro modo, como siendo la especificidad sobre las cual reposan sus bases.

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domingo, 23 de agosto de 2009

REFERENCIA: proposición del 9 de octubre de 1967

1967-10-09 Segunda versión de la Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela.
Jaques Lacan

Segunda versión de la proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela, según Scilicet n° 1, 1er trimestre 1968, Campo Freudiano, Seuil, Paris, pp. 14-30.

(14)Antes de leerla, subrayo que hay que entenderla sobre el fondo de la lectura, a hacer o a rehacer, de mi artículo: « Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956». (Paginas 419-486 de mis Écrits). [[1]nt1]

Va a tratarse de estructuras aseguradas en el psicoanálisis y de garantizar su efectuación en el psicoanalista.

Esto se le ofrece a nuestra Escuela, después de una duración suficiente de órganos esbozados sobre principios limitativos. No instituimos lo nuevo sino en el funcionamiento. Es verdad que a partir de ahí aparece la solución del problema de la Sociedad psicoanalítica.

La cual se encuentra en la distinción entre la jerarquía y el gradus. [[2]nt2]

Voy a producir al principio de este año, este paso constructivo:

1) Producirlo – mostrarlo;

2) Ponerse en efecto a producir el aparato, el cual debe reproducir este paso, en estos dos sentidos.

Recordemos entre nosotros lo existente.

Primero un principio: el psicoanalista no se autoriza sino de él mismo, este principio está inscrito en los textos originales de la Escuela y decide su posición.

Esto no excluye que la Escuela garantice que un analista depende de su formación.

Ella lo puede por su propia cuenta.

Y el analista puede querer ser esa garantía, lo que desde entonces no puede sino ir más allá: devenir responsable del progreso de la Escuela, devenir psicoanalista de su misma experiencia.

(15)Mirado desde esta perspectiva, reconocemos que desde ahora, es a estas dos formas a lo que responden:

I. el A.M.E., o analista miembro de la Escuela, constituido simplemente por el hecho que la Escuela lo reconoce como psicoanalista que ha dado prueba de ser tal.

Esto es lo que constituye la garantía, distinguida primero como proveniente de la Escuela. La iniciativa vuelve de allí a la Escuela, en la que es admitido con base en un proyecto de trabajo y sin consideración de procedencia ni calificaciones. Un analista practicante no es registrado en ella al comienzo, sino al mismo título en que se le inscribe allí, médico, etnólogo, y tutti quanti.[[3]nt3]

II. el A.E, o analista de la Escuela, al cual se le imputa ser de aquellos que pueden testimoniar por el análisis, de los problemas cruciales en los puntos candentes en que éstos se hallan, especialmente en la medida en que ellos mismos están puestos a la tarea, o al menos sobre la brecha de resolverlos.

Este lugar implica que se quiera ocuparlo: no se puede estar ahí sino habiéndolo demandado de hecho, si no de forma.

Que la Escuela pueda garantizar la relación del analista con la formación que ella dispensa, queda entonces, establecido.

Ella lo puede, y lo debe desde entonces.

Es aquí donde aparece el defecto, la falta de invención, para cumplir un oficio (a saber aquel del que se jactan las sociedades existentes) encontrando allí vías diferentes, que eviten los inconvenientes (y las malas acciones) del régimen de estas sociedades.

La idea que la conservación de un régimen semejante es necesario para reglar el gradus, debe ser considerada en sus efectos de malestar. Ese malestar no basta para justificar la conservación de la idea. Menos aún su retorno práctico.

Que haya una regla del gradus está implicado en una Escuela, ciertamente aún más que en una sociedad. Porque, después de todo, en una sociedad, no hay necesidad de esto, cuando una sociedad no tiene intereses sino científicos.

Pero hay un real en juego en la formación misma del psicoanalista. Sostenemos que las sociedades existentes se fundan en este real.

Partimos también del hecho, que parece perfectamente plausible, de que Freud las quiso tal cual son.

No es menos patente– y para nosotros concebible – (16) el hecho que este real provoca su propio desconocimiento, incluso produzca su negación sistemática.

Está claro entonces que Freud tomó el riesgo de cierta detención. Quizá más: que vio en ellas el único refugio posible para evitar la extinción de la experiencia.

Que nos enfrentemos a la cuestión así formulada, no es mi privilegio. Es la consecuencia misma, digámoslo al menos para los analistas de la Escuela, de la elección que hicieron de la Escuela.

Se encuentran allí agrupados por no haber querido aceptar, mediante un voto, lo que acarreaba: la pura y simple supervivencia de una enseñanza, la de Lacan.

Quienquiera que en otra parte diga que se trataba de la formación de los analistas, mintió al respecto. Porque bastó con votar en el sentido deseado por la I.P.A., para obtener a toda vela su entrada en ella, gracias a la ablución producida en breve tiempo de un siglo made in English (no se olvidará el french group). Mis analizantes, como se dicen, fueron incluso allí particularmente bien venidos, y lo serían aún si el resultado pudiese ser hacerme callar.

Se lo recuerda todos los días a quien quiere entenderlo. Es entonces para otro grupo para el cual mi enseñanza era muy preciosa, incluso muy esencial, como para que cada uno al deliberar, haya indicado que prefería su mantenimiento a la ventaja ofrecida, – esto sin ver más lejos, igualmente que sin ver más lejos, interrumpí yo, mi seminario a consecuencia del citado voto –, es a ese grupo deseoso de una salida (en mal d’issue) que ofrecí la fundación de la Escuela.

En esta elección decisiva para quienes están aquí, se revela el valor de la apuesta (l’enjeu) Puede haber en ella una apuesta, que, para algunos, valga hasta el punto de serles esencial, y ella es mi enseñanza.

Si la susodicha enseñanza no tiene rival para ellos, tampoco lo tiene para todos los demás, como lo prueban quienes se presentan ante ella sin haber pagado el precio, quedando suspendido en su caso la cuestión del provecho que aún les está permitido.

Sin rival aquí, no quiere decir una estimación, sino un hecho: ninguna enseñanza habla de lo que es el psicoanálisis. En otra parte, y de manera confesa, no se preocupan sino de que éste sea conforme.

Hay solidaridad entre el atascamiento, hasta en las desviaciones que muestra el psicoanalista y la jerarquía que allí reina, - y que designamos, (17) benévolamente nos lo concederán, como la de una cooptación[4] de sabios.

Esto se debe a que esta cooptación promueve un retorno a un estatuto de prestancia, que conjuga la pregnancia narcisista con la astucia competitiva. Retorno que restaura el refuerzo de las recaídas que el psicoanálisis didáctico tiene como finalidad liquidar.

Este es el efecto que ensombrece la práctica del psicoanálisis, – cuya terminación, objeto y finalidad misma, se muestran inarticulables luego de por lo menos medio siglo de experiencia consecutiva.

Llegar a remediarlo entre nosotros debe hacerse a partir de la constatación del defecto que he mencionado, lejos de penar en ocultarlo.

Pero hay que captar en ese defecto, la articulación que falta.

Ella no logra sino recortar lo que se encontrará por doquier, y que se supo desde siempre, que no basta la evidencia de un deber para cumplirlo. Es por el sesgo de su hiancia, que puede ser puesto en acción, y esto ocurre cada vez que se encuentra el modo de usarlo.

Para introducirse allí, me apoyaré en los dos momentos de empalme de lo que llamaré respectivamente en esta deducción[5] el psicoanálisis en extensión, o sea todo lo que resume la función de nuestra Escuela en la medida en que ella presentifica el psicoanálisis en el mundo, y el psicoanálisis en intensión, es decir el didáctico, en la media que éste no hace sino preparar sus operadores.

Se olvida en efecto su razón de pregnancia, que es la de constituir al psicoanálisis como experiencia original, llevarlo hasta el punto en que figura la finitud para permitir el après-coup, efecto de tiempo, se lo sabe, que le es radical.

Esta experiencia es esencial para aislarla de la terapéutica la que, al relajar su rigor no solamente distorsiona al psicoanálisis.

Señalaré en efecto que no hay definición alguna posible de la terapéutica si no es la restitución a un estado primero. Definición justamente imposible de plantear en psicoanálisis.

En cuanto al primum non nocere[6], mejor ni hablar, porque es movedizo por no poder ser determinado primum al principio: ¡par qué elegir no ser perjudicial! Intenten. Es demasiado fácil en esta condición colocar en el activo de una cura cualquiera el hecho de no haber dañado en algo. Este rasgo forzado sólo interesa sin duda, para sostenerse en un indecidible lógico.

Podemos encontrar perimida la época en la que de lo que se trataba era de no (18) perjudicar, a la entidad mórbida. Pero el tiempo del médico está más implicado de lo que se cree en esta revolución, – en todo caso se ha vuelto más precaria la exigencia de qué convierte en médica o no, una enseñanza. Digresión.

Nuestros puntos de empalme, donde deben funcionar nuestros órganos de garantía, son conocidos: es el comienzo y el final del psicoanálisis, como en los jaques. Por suerte, estos son los más ejemplares por su estructura. Esta suerte debe sostenerse de lo que llamamos el encuentro.

Al comienzo del psicoanálisis está la transferencia. Lo está por la gracia de lo que llamaremos al límite de esta propuesta: el psicoanalizante[7]. No tenemos que dar cuenta de lo que lo condiciona. Al menos aquí. Está en el inicio, sino de ¿qué es eso?

Me asombra que nunca nadie hubiera pensado en oponérseme, dados ciertos términos de mi doctrina, que la transferencia es por sí sola una objeción a la intersubjetividad. Incluso lo lamento, ya que nada es más cierto: la refuta, es su escollo. También esto es para establecer el fondo en que se pueda percibir el contraste, que promoví primero: que la intersubjetividad implica el uso de la palabra. Este término fue entonces una manera, manera como cualquiera otra,

diría, si no se me hubiera impuesto, circunscribir el alcance de la transferencia.

Al respecto, allí donde es necesario justificar su propio terreno universitario, nos apoderamos del susodicho término, supuesto, sin duda porque hice uso de él, ser levitatorio. Pero quien me lee, puede observar el « en reserva » con la que hago jugar esta referencia para la concepción del psicoanálisis. Esta forma parte de concesiones educativas a las que debí entregarme por el contexto de ignorantismo fabuloso en el que tuve que proferir mis primeros seminarios.

Puede acaso dudarse ahora que al remitir al sujeto del cogito lo que el inconsciente nos descubre, que al haber definido la distinción entre el otro imaginario, llamado familiarmente, pequeño otro, del lugar de operación del lenguaje, planteado como siendo el gran Otro, indico suficientemente, que ningún sujeto puede ser supuesto por otro sujeto, – si es que este término debe ser tomado en el sentido de Descartes. Que Dios le sea necesario (19)o más bien la verdad con que lo acredita, para que el sujeto llegue a alojarse bajo esta misma capa que viste de engañosas sombras humanas, – que Hegel al retomar lo plantee la imposibilidad de la coexistencia de las conciencias, en tanto que se trata del sujeto prometido al saber, – no es suficiente para indicar la dificultad, que es precisamente nuestro impasse, el del sujeto de lo inconsciente, ofrece la solución –, a quien sabe formarlo.

Es cierto que aquí Jean-Paul Sartre, muy capaz de percatarse que la lucha a muerte no es esa solución, pues no podría destruirse a un sujeto, y que también está en Hegel de su nacimiento encargado, pronuncia a puertas cerradas la sentencia fenomenológica: es el infierno. Pero como esto es falso, y de una manera a juzgar desde la estructura, el fenómeno muestra claramente que el cobarde, si no es un loco, puede muy bien arreglárselas con la mirada que lo fija, esta sentencia prueba claramente que el obscurantismo no sólo tiene su puesto en los ágapes de la derecha.

El sujeto supuesto saber es para nosotros el pivote desde donde se articula todo lo tocante a la transferencia. Cuyos efectos escapan, al utilizar como pinza para asirlos el pun bastante torpe, por establecerse entre la necesidad de repetición y la repetición de la necesidad.

Aquí, el levitante de la intersubjetividad mostrará su finura en el interrogar: ¿sujeto supuesto por quién? Si no por otro sujeto.

Un recuerdo de Aristóteles, un poquito de categorías, rogamos, para pulir este sujeto del subjetivo. Un sujeto no supone nada, es supuesto.

Supuesto, enseñamos nosotros, por el significante que lo representa para otro significante.

Escribamos como conviene el supuesto de este sujeto cololando el saber en su lugar como dependiente de la suposición:

Se reconoce en la primera línea el significante S de la transferencia, es decir de un sujeto, con su implicación de un significante que llamaremos cualquiera, es decir que no supone sino la particularidad en el sentido de Aristóteles (siempre bienvenido), que por este hecho supone aún otras cosas. Si es nombrable con un nombre propio, (20)no es que se distinga por el saber, como vamos a verlo.

Bajo la barra, pero reducida al patrón de suposición del primer significante: el s representa al sujeto que de él resulta implicando en el paréntesis el saber, supuesto presente, los significantes en el inconsciente, significación que ocupa el lugar del referente aún latente en esa relación tercera que lo adjunta a la pareja significante-significado.

Vemos que si el psicoanálisis consiste en el mantenimiento de una situación convenida entre dos partenaires, que se asumen en ella como el psicoanalizante y el psicoanalista, no podría desarrollarse sino a costa del constituyente ternario que es el significante introducido en el discurso que se instaura, el cual tiene nombre: el sujeto supuesto saber, formación, no de artificio sino de vena, como desprendida del psicoanalizante.

Tenemos que ver lo que cualifica al psicoanalista para responder a esta situación en la que, como se ve, no engloba su persona. No solamente el sujeto supuesto saber, en efecto, no es real, sino que no es en modo alguno necesario que el sujeto en actividad en la coyuntura, el psicoanalizante (único que habla primero), se lo imponga.

Es incluso tan poco necesario que de ordinario no es verdad: lo que demuestra en los primeros tiempos del discurso, una forma de asegurar que el traje no le va al psicoanalista, – seguro contra el temor de que éste no se meta, si puedo decir, demasiado rápido en sus hábitos.

Quien aquí nos importa es el psicoanalista, en su relación con el saber del sujeto supuesto, relación no segunda sino directa.

Es claro que del saber supuesto, nada sabe. El Sq de la primera línea nada tiene que ve r con los S en cadena de la segunda y no puede hallarse allí más que por encuentro. Señalemos este hecho para reducir allí, lo extraño de la insistencia que pone Freud en recomendarnos abordar cada caso nuevo como si no hubiéramos adquirido nada en sus primeros desciframientos.

Esto no autoriza de ningún modo al psicoanalista a contentarse con saber que nada sabe, porque de lo que se trata, es de lo que tiene para saber.

Lo que tiene para saber, puede trazarse en la misma relación del « en reserva » según la cual opera toda lógia digna de ese nombre. Eso no quiere decir nada en « particular », pero eso se articula en cadena de letras tan (21) rigurosas que a condición de no fallar ninguna, lo no sabido se ordena como el marco del saber.

Lo sorprendente es que con eso se encuentra algo, los números transfinitos, por ejemplo. ¿Qué ocurría con ellos, antes? Indico aquí su relación con el deseo que les dio consistencia. Es útil pensar en la aventura de un Cantor, aventura que no fue precisamente gratuita, para sugerir el orden, aunque no fuese en este trasnsfinito, donde el deseo del psicoanalista se sitúa.

Esta situación da cuenta a la inversa, de la facilidad aparente con la que se instalan en posiciones de dirección en las sociedades existentes lo que es necesario llamar nadas (néants). Entiéndanme: lo importante no es la forma en que estas nadas (néants) se amueblan (¿discurso sobre la bondad?) para el exterior, ni la disciplina que supone el vacío sostenido en el interior (no se trata de tontería), sino de esa nada (néant) (del saber) es reconocida por todos, objeto usual si puede decirse, para los subordinados, y moneda corriente de su apreciación de los Superiores.

La razón se encuentra allí, en la confusión sobre el cero, cuando permanecemos en un campo donde no es aceptada. Nadie que se preocupe en el gradus de enseñar lo que distingue el vacío del nada (rien), lo que no obstante no es igual, – ni el rango delimitado por la medida, del elemento neutro implicado en el grupo lógico, ni tampoco que la nulidad de la incompetencia, de lo no marcado de la ingenuidad, a partir de lo cual tantas cosas tomarías su lugar.

Es para precaverse de ese defecto, que produje el ocho interior y en general la topología de la que el sujeto se sostiene.

Lo que debe disponer a un miembro de la Escuela a estudios semejantes es la prevalencia que pueden captar en el algoritmo producido más arriba, que no por ignorarlo deja de estar ahí, la prevalencia manifiesta donde sea: en el psicoanálisis en extensión tanto como en intensión, de lo que llamaré saber textual para oponerlo a la noción referencial que lo enmascara.

No se puede decir que el psicoanalista sea experto en todos los objetos que el lenguaje propone no solamente al saber, sino que primero dio a luz al mundo de la realidad, de la realidad de la explotación inter-humana. Sería preferible que así fuese, pero de hecho se queda corto.

El saber textual no era parásito por haber animado una lógica en la que la nuestra encuentra con sorpresa su lección (hablo de aquella de la Edad (22) Media), y no es a sus expensas que pudo enfrentar la relación del sujeto con la Revelación.

No porque su valor religioso se haya tornado para nosotros, indiferente, su efecto en la estructura debe descuidarse. El psicoanálisis tiene consistencia por los textos de Freud, es éste un hecho irrefutable. Se sabe lo que, de Shakespeare a Lewis Carroll, los textos aportan a su genio y a sus practicantes.

Este es el campo donde se discierne a quién admitir para su estudio. Es aquel donde el sofista y el talmudista, el propalador de cuentos y el aedo[8], cobraron impulso, el que en cada momento recuperamos más o menos torpemente, para nuestro uso.

Que un Lévi-Strauss en sus mitológicas, le dé su estatuto científico, nos facilita hacer de él, el umbral de nuestra selección.

Recordemos la guía que da mi grafo para el análisis y la articulación que en él se aislam del deseo en las instancias del sujeto.

Esto para notar la identidad del algoritmo aquí precisado, con lo que es connotado en el Banquet como galma[9].

¿Dónde está mejor dicho que como lo hace allí Alcibíades, que las emboscadas del amor de transferencia no tienen como fin único sino obtener eso que él piensa que Sócrates es el continente ingrato?

Pero, quién sabe mejor que Sócrates que él no detenta más que la significación que él engentra al retener esa nada (rien), lo que le permite remitir a Alcibíades al destinatario presente en su discurso, Agatón (como por casualidad): esto para enseñarles que al obsesionarse con lo que en el discurso del psicoanalizante los concierne, no han llegado ustedes a ese punto aún.

Pero ¿esto es todo? cuando aquí el psicoanalizante es idéntico al galma a la maravilla que nos deslumbra, a nosotros terceros, en Alcibíades.

¿No es acaso para nosotros la ocasión de ver allí aislarse el puro sesgo del sujeto como relación libre con el significante, ése donde se asila el deseo del saber en tanto deseo del Otro?

Como todos esos casos particulares que hacen el milagro griego, éste no nos presenta sino cerrada la caja de Pandora[10].

Abierto, es el psicoanálisis, del que Alcibíades no tenía necesidad.

Con lo que llamé el final de la partida, estamos – por fin– (23)en el uso de nuestro discurso de esta noche. La terminación del psicoanálisis llamado superfluamente didáctico, es el paso, en efecto, del psicoanalizante al psicoanalista.

Nuestro propósito es plantear una ecuación cuya constante es el galma.

El deseo del psicoanalista, es su enunciación, la cual no sabría operarse sino al venir él allí, en posición de la x:

de esta x misma, cuya solución entrega al psicoanalizante su ser y cuyo valor se anota (– f), la hiancia que se designa como la función del falo al aislarlo en el complejo de castración, o (a) por lo que obtura del objeto que se reconoce bajo la función aproximativa de la relación pre genital. (Es la que el caso Alcibíades resulta anular: lo que connota la mutilación de las Hermas[11].)

La estructura así abreviada les permite hacerse una idea de lo que ocurre al termino de la relación de transferencia, sea: cuando habiéndose resuelto el deseo que sostuvo en su operación el psicoanalizante, no tiene ganas de aceptar su opción, es decir el resto que como determinante de su división, lo hace caer de su fantasma y lo destituye como sujeto.

¿No es este el gran motus que debemos conservar entre nosotros, que tomamos, psicoanalista, nuestra suficiencia, mientras que la beatitud se ofrece más allá de olvidarlo nosotros mismos?

¿No iremos al anunciarlo, a desalentar a los aficionados? La destitución subjetiva inscrita en el boleto de entrada…, no provoca acaso el horror, la indignación, el pánico, incluso el atentado, en todo caso dar el pretexto a la objeción de principio?

No obstante hacer interdicción de lo que se impone de nuestro ser, es ofrecernos a ese retorno del destino que es maldición. Lo rechazado en lo simbólico, recordemos el veredicto lacaniano, reaparece en lo real.

En lo real de la ciencia que destituye al sujeto de un modo muy diferente en nuestra época, cuando solos sus partidarios más eminentes, un Oppenheimer[12], pierden ante ello la cabeza.

He aquí donde dimitimos de lo que nos hace responsables, a saber: la posición donde fijé el psicoanálisis en su relación con la ciencia, la de extraer la verdad que le responde en términos cuyo resto de voces nos es concedido.

Con qué pretexto resguardamos este rechazo, cuando sabemos bien (24) qué despreocupación protege a la verdad y a los sujetos todo junto, y que prometer a los segundos la primera, deja indiferentes a quienes están ya próximos a ella.

Hablar de destitución subjetiva nunca detendrá al inocente, cuya única ley es su deseo.

No tenemos otra elección que enfrentar la verdad o ridiculizar nuestro saber.

Esta sombra espesa que recubre ese empalme del que aquí me ocupo, aquel donde el psicoanalizante pasa a psicoanalista, es a lo que nuestra Escuela puede dedicarse a disipar.

No estoy más adelantado que ustedes en esta obra que no puede ser realizada a solas, ya que el psicoanálisis brinda su acceso.

Debo contentarme aquí con un flash o dos para precederla.

En el orígen del psicoanálisis, cómo no recordar lo que, de entre nosotros, hizo por fin Mannoni, que el psicoanalista, es Fliess, es decir el medicastro, el cosquillador de nariz, el hombre al que se le revelan el principio macho y la hembra en lós números 21 y 28, gústenos o no, en suma ese saber que el psicoanalizante, Freud el cientifista, como se expresa la boquita de las almas abiertas al ecumenismo, rechaza con toda la fuerza del juramento que lo liga al programa Helmholtz y sus cómplices.

Que ese artículo haya sido entregado a una revista que no permitía casi que el término de: « sujeto supuesto saber » apareciese en ella, salvo perdido en medio de una página, no disminuye en nada el valor que puede tener para nosotros.

Recordándonos «el análisis original», nos lleva al pié del espejismo en el que se asienta la posición del psicoanalista y nos sugiere que no es seguro que éste sea reducido hasta tanto una crítica científica no se haya establecido en nuestra disciplina.

El título se presta al comentario que el verdadero original sólo puede ser el segundo, por constituir la repetición que hace del primero un acto, porque ella introduce allí el après-coup propio del tiempo lógico, que se marca porque el psicoanalizante pasó al psicoanalista. (Quiero decir Freud mismo que sanciona allí no haber hecho un auto-análisis.)

Me permito además, recordarle a Mannoni que la escansión del tiempo lógico incluye lo que llamé el momento de comprender, (25) justamente del efecto producido (que retoma mi sofisma) por la no comprensión, y que al eludir en suma lo que constituye el alma de su artículo ayuda a que se comprenda al márgen.

Recuerdo aquí que el material bruto que recogemos con base en el «comprender sus enfermos», se compromete en un malentendido que como tal no es sano.

Flash ahora en donde estamos. Con el final del análisis hipomaníaco, descrito por nuestro Balint como el último grito de la moda, es el caso decirlo, de la identificación decimos del psicoanalizante con su guía, – palpamos la consecuencia del rechazo antes denunciado más arriba (turbio rechazo: ¿Verleugnung ?), el cual no deja más que el refugio de la consigna, ahora adoptada en las sociedades existentes, de la alianza con la parte sana del yo, la cual resuelve el paso al analista, la postulación en él, al comienzo, de esta parte sana. Para qué sirve entonces, su paso por la experiencia.

Tal es la posición de las sociedades existentes. Rechaza nuestras observaciones en un má allá del psicoanálisis.

El paso del psicoanalizante al psicoanalista, tiene una puerta en la que ese resto que hace su división es el gozne, porque esta división no es otra que la del sujeto, cuya causa es ese resto.

En este viraje donde el sujeto ve zozobrar la seguridad que le daba ese fantasma donde se constituye para cada quién su ventana sobre lo real, eso que se percibe, es que la toma del deseo no es otra cosa que la de un des-ser (désêtre.)

En ese des-ser (désêtre) se devela lo inesencial del sujeto supuesto saber, del que el psicoanalista a venir se confiesa el galma de la esencia del deseo, dispuesto a pagarlo reduciéndose, él y su nombre, al significante cualquiera.

Porque rechazó el ser que no sabía la causa de su fantasma, en el momento mismo en que, finalmente, ese saber supuesto, él lo devino.

« Que sepa de eso que yo no sabía sobre el ser del deseo, en lo que a él corresponde, llegado al ser del saber, y que se borre ». Sicut palea, como Tomás dice de su obra al final de su vida, – como estiercol.

Así el ser del deseo alcanza el ser del saber para renacer en eso (26) que se anudan en una banda hecha con un solo borde donde se inscribe una sola falta, la que sostiene el galma.

La paz no viene de inmediato a sellar esta metamorfosis donde el partenaire se desvanece por no ser ya más que saber vano de un ser que se escabulle.

Palpemos allí la futilidad del término de liquidación para ese agujero donde únicamente se resuelve la transferencia. No veo en él, contra toda apariencia, sino denegación del deseo del analista.

Porque quién, al percibir en mis últimas líneas, a los dos partenaires jugar como las dos alas de una pantalla giratoria no puede captar que la transferencia nunca fue más que el pivote de esta alternancia misma.

De este modo, de aquel que recibió la clave del mundo en la hendidura del impúber, el psicoanalista no debe esperar una mirada, pero se ve devenir una voz.

Y ese otro que, niño, encontró su representante representativo en su irrupción a través del diario desplegado con el que se resguardaba el sumidero de los pensamiento de su progenitor, remite al psicoanalista el efecto de angustia en el que bascule en su propia deyección.

Así, el final del análisis conserve cierta ingenuidad, sobre la que se formula la pregunta de si bebe ser considerada como una garantía en el paso al deseo de ser psicoanalista.

Desde donde podría esperarse entonces un testimonio justo sobre aquel que franquea este paso, si no de otro quien, como él, lo es aún, este paso, a saber, en quién está presente en este momento el des-ser (désêtre) en el que su psicoanalista guarda la esencia de lo que le pasó como un duelo, sabiendo así, como cualquiera en función de didáctico, que también a ellos eso les pasará.

¿Quién más que ese psicoanalizante en el pase, podría, autentificar en el lo que este tiene de posición depresiva? No aireamos aquí nada de lo que uno pueda darse aires, si uno no está allí.

Es lo que les propondré luego como el oficio a confiar para la demanda de devenir analista de la Escuela a algunos a los que llamaremos: pasadores.

Cada uno de ellos será elegido por un analista de la Escuela, que pueda aseverar que están en este pase o de lo que han vuelto de él, en suma ligados aún al desenlace de su experiencia personal.

Es a ellos que un psicoanalizante, para hacerse autorizar como (27)analista de la Escuela, hablará de su análisis, y el testimonio que sabrán acoger desde la frescura misma de su propio pase será de esos que jamás recoge jurado de confirmación alguno. La decisión de un jurado tal sería entonces esclarecida, estos testigos por supuesto, jueces.

Inútil indicar que esta proposición implica una acumulación de la experiencia, su recolección y su elaboración, una organización en serie de su variedad, una notación de sus grados.

Que pueda salir libertades de la clausura de una experiencia, es lo que cabe a la naturaleza del après-coup de la significancia.

De todos modos esta experiencia no puede ser eludida. Sus resultados deben ser comunicados : en primer lugar a la Escuela para ser criticados, y correlativamente ser puestos al alcance de esas sociedades que, por excluidos que nos hayan hecho, no dejan por ello de ser asunto nuestro.

El jurado funcionando no puede abstenerse entonces de un trabajo de doctrina, más allá de su funcionamiento de selector.

Antes de proponerles una forma, quiero indicar que conforma con la topología del plano proyectivo, es con el horizonte mismo del psicoanálisis en extensión, que se anuda el círculo interior que trazamos como hiancia del psicoanálisis en intensión.

Este horizonte, querría centrarlo en tres puntos de fuga perspectivos, llamativos por pertenecer cada uno a uno de los registros cuya colusión en la heterotopía constituye nuestra experiencia.

En lo simbólico, tenemos el mito edípico.

Observemos en relación con el núcleo de la experiencia sobre el cual acabamos de insistir, lo que llamaría técnicamente, la facticidad de este punto. Depende en efecto de una mitogénia, de la que sabemos que unos de sus constituyentes es su redistribución. Ahora bien, el Edipo, por serle ectópico (carácter subrayado por un Kroeber), plantea un problema.

Abrirlo permitiría restaurar, incluso al relativizarla, su radicalidad en la experiencia.

Querría aclarar mis intenciones simplemente con lo que sigue, retiren el Edipo, y el psicoanálisis en extensión, diría, se vuelve enteramente jurisdicción del delirio del presidente Schreber.

(28) Controlen su correspondencia punto por punto, ciertamente no atenuada desde que Freud la señaló al no declinar la imputación. Pero dejemos lo que mi seminario sobre Schreber ofreció a quienes podían escucharlo.

Hay otros aspectos de este punto relativos a nuestras relaciones con el exterior, o más exactamente a nuestra extraterritorialidad,– termino esencial en el Escrito, que considero como prefacio a esta proposición.

Observemos el lugar que ocupa la ideología edípica para dispensar de algún modo a la sociología desde hace un siglo de tomar partido, como debió hacerlo antes, sobre el valor de la familia, de la familia existente, de la familia pequeño-burguesa en la civilización, – o sea en la sociedad vehiculada por la ciencia. ¿Nos beneficia o no encubrirla sin saberlo en este punto?

El segundo punto está constituido por el tipo existente, cuya facticidad esta vez es evidente, de la unidad: sociedad de psicoanálisis, en tanto que tocada con un ejecutivo de escala internacional.

Lo dijimos, Freud lo quiso así, y la sonrisa embarazada con que se retracta del romanticismo de la especie de Komintern clandestino al que primero le dio su cheque en blanco (cf. Jones, citado en mi Escrito), no logra sino subrayarlo mejor.

La naturaleza de estas sociedades y el modo en que obtemperan, se aclara con la promoción por Freud, de la Iglesia y del Ejército como modelos de lo que concibe como la estructura del grupo. (Es por este término en efecto que habría que traducir hoy Masa de su Massenpsychologie.)

El efecto inducido de la estructura así privilegiada se aclara aún más por agregársele la función en la Iglesia y en el Ejército del sujeto supuesto al saber. Estudio para quien quiera emprenderlo: llegará lejos.

Al atenerse al modelo freudiano, aparece de modo deslumbrante el favor que reciben las identificaciones imaginarias, y a la vez la razón que encadena al psicoanálisis en intensión a limitar su consideración, incluso su alcance.

Uno de mis mejores alumnos remitió muy correctamente su trazado sobre el Edipo mismo, definiendo en él la función del Padre ideal.

Esta tendencia, como se dice, es responsable de haber relegado al punto de horizonte anteriormente definido lo que en la experiencia es calificable como edípico.

(29)La tercera facticidad, real, muy real, bastante real para que lo real sea más mojigato al promoverlo que la lengua, es lo que se puede tornar hablable con el término del: campo de concentración, sobre el cual parece que nuestros pensadores, al vagar del humanismo al terror, no se concentraron lo suficiente.

Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger, para nuestro horror, representa la reacción de precursores en relación con lo que se irá desarrollando como consecuencia del reordenamiento de las agrupaciones sociales por la ciencia y, principalmente, por la universalización que introduce en ellas.

Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación.

Hay que atribuir a Freud haber querido, vista su introducción natal al modelo secular de este proceso, asegurar en su grupo el privilegio de la flotabilidad universal con la que se benefician las dos instituciones antes nombradas? No es impensable.

Sea como sea, este recurso no hace más fácil para el deseo del psicoanalista de situarse en esta coyuntura.

Recordemos que si la I.P.A. de la Mitteleuropa demostró su preadaptación a esa prueba no perdiendo en los dichos campos ni uno sólo de sus miembros, debió a esta proeza el ver producirse después de la guerra una avalancha, que no dejaba de tener la contrapartida de una rebaja (cien psicoanalistas mediocres, recordemos), de candidatos en cuya mente el motivo de encontrar refugio ante la marea roja, fantasma de ese entonces, no estaba ausente.

Que la «coexistencia», que podría perfectamente también ella, aclararse por una transferencia, no nos haga olvidar un fenómeno que es una de nuestras coordenadas geográficas, hay que decirlo, y cuyos farfulleos sobre el racismo más bien enmascaran su alcance.

u

El final de este documento precisa el modo bajo el cual podría ser introducido lo que sólo tiende, abriendo una experiencia, a volver por fin, verdaderas, las garantías buscadas.

Se las déjà enteramente en manos de quienes tienen experiencia.

No olvidamos, sin embargo, que son quienes más padecieron las (30) pruebas impuestas por el debate con la organización existente.

Lo que deben el estilo y los fines de esa organización al black-out realizado sobre la función del psicoanálisis didáctico, es evidente a partir del momento en que se permite echarle una mirada: a eso se debe el aislamiento con el que se protege a sí mismo.

Las objeciones que encontró nuestra proposición no dependen en nuestra Escuela, de un temor tan orgánico.

El hecho de que se hayan expresado sobre un tema motivado, moviliza ya la autocrítica. El control de las capacidades no es inefable ya, por requerir títulos más justos.

Es en una prueba tal como la autoridad se hace reconocer.

Que el público de los técnicos sepa que no se trata de discutirlo, sino de extraerlo de la ficción.

La Escuela freudiana no sabría caer en el tough sin humor de un psicoanalista que encontré en mi último viaje a los U.S.A. «Por lo que no atacaría nunca las formas instituidas, me decía, es porque ellas me aseguran sin problema una rutina que hace mi comodidad».

J.L.

Traducción, margarita mosquera

Fuente: http://www.ecole-lacanienne.net/documents/1967-10-09b.doc

Se revisa la traducción teniendo en cuenta la traducción de Diana Ravinovich.

Agosto 31 de 2009

Medellín, Colombia.

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notas pié de página, tanto de transcriptor como de traductor (nt) al español, lo escrito en azul en el texto es nuestro.


[1] [nt1] estas páginas corresponden a los Escritos en francés. En español, se encuentra en LACAN, Jacques. Escritos, Tomo I, Siglo XXI editores, 12ª ed, páginas 441 a 472.

[2] [nt2] Un Gradus ad parnassum (locución latina que significa “Ascenso al Parnaso” algunas veces abrevada en Gradus, es una obra pedagógica concerniente a la literatura, la música, o las artes en general. El monte Parnaso es en efecto la morada en la mitología griega y latina, de las nueve Musas, diosas de las Artes. Etc.

[3] [nt3) expresión italiana del siglo XVII, para decir “tal cual son”, tal como se presentan.

[4] Nt. Cooptar: 1. tr. Llenar las vacantes que se producen en el seno de una corporación mediante el voto de los integrantes de ella. Diccionario de la “Rea” Academia de la Lengua Española.

[5] Nt. Déduit: divertissement, occupation agréable, amusement. Pero también : summe déduite.

[6] Nt. La expresión latina Primum nil nocere o Primum non nocere se traduce en castellano por "lo primero es no hacer daño". Es una máxima de la medicina atribuida dudosamente a Hipócrates e imposible de cumplir, pues un medicamento o una intervención siempre tiene secuelas.

[7]. Lo que se llama de ordinario: el psicoanalizado, por anticipación..

[9] Nt. agalma

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